Alguno de los invitados a la
Mansión, mientras cenábamos, se entretuvo en esculpir la dama de hielo. La
fiesta llegó a su fin -un poco tarde como todas las fiestas-, y la gente ebria,
feliz, sádica se perdió en la cicatrizada noche de invierno. Yo permanecí abandonado
frente a la hermosa, gélida y solitaria mujer de hielo en la deshabitada casa que
el silencio acorrala cada vez que finaliza una velada. Qué bella era, qué
témpanos tan voluptuosos. La hubiese abrazado si no fuera por... La amé
eternamente durante aquellos minutos.
La mañana trajo una brisa que se
filtró por los ventanales e inundó las estancias de desasosiego. Mi mujer de invierno
ya había comenzado a desvanecerse en un charco de agua; y yo dormía. Agua, amor,
olvido…
Cuando desperté ya era mediodía y
Bobby lamía de las baldosas los restos acuosos de mi gran pero efímero y frío
amor.
Nunca imaginé que dentro de aquel
horrible perro se hallase mi deseo.
Pedro, un relato inquietante. Sobretodo por el final. Saludos.
ResponderEliminarGracias, Marcos, un saludo
ResponderEliminar