sábado, 11 de octubre de 2014

LA FELICIDAD: EL MAYOR PRODUCTO DE ESTE SIGLO




Sonría para la foto, que hay muchas cosas nuevas por las que alegrarnos en este mundo futurista en el que vivimos, un ‘mundo feliz’ en el que la tristeza está diagnosticada como enfermedad seria y contagiosa. No creo que antes de inventarse el consumismo y el materialismo la gente fuese tan infeliz o desdichada. Quizá adolecerían de otros trastornos: hambre, locura, melancolía…pero no estrés o depresión; porque el estrés, la insatisfacción y la depresión son fiebres que vienen con los horarios y la posmodernidad, con esta vida de ahora o nunca, en este mundo el que el presente se dirige incansable hacia un futuro soñado.  
Como decía, sonría, hay muchas cosas en este nuevo mundo, y todas nos quieren llevar al mismo lugar: la felicidad extrema. Tener y tener para eludir un vacío físico, almacenar objetos inservibles en el desván, ropa sin usar en el armario y sentimientos escondidos que no sabemos bien cuándo sacar a pasear. Porque solo hay una norma clara en nuestra sociedad: la obligatoriedad de ser feliz. Pero, claro, para ser feliz se deben reunir unos requisitos. En el televisor los podemos aprender fácilmente si prestamos atención, porque hace falta un televisor, oráculo que todo lo sabe. A saber, se precisa para una felicidad de usuario medio: un automóvil, un pisito hipotecado (antes eran dúplex o áticos pero con la crisis del ladrillo…), una vida conyugal con niños (chico y chica, a ser posible), boda por la iglesia (aunque se profese un ateísmo de lo más  contumaz), vacaciones en Marina Dor, estar delgado y ser siempre joven. Sin embargo cada día somos más obesos, más divorciados y más viejos (miren las estadísticas, no lo invento yo). ¿Qué está ocurriendo? Pues que quizá tras la promesa comercial de un mundo feliz se esconde otra más provechosa: un mundo insatisfecho. Porque la primera ley del márquetin no se aviene a dudas: hay que crear la necesidad del consumidor, ya que antes que ciudadanos o personas somos consumidores. ¿Crear la necesidad? Eso es, y un mundo insatisfecho es un mundo infestado de necesidades y ávido de perfumes y gimnasios. Me siento gordo y feo, gasto dinero en dietas milagrosas, cremas de marcas que prometen retornar tu piel a una adolescencia ya exhalada. El automóvil de mi vecino es grande, brillante y nuevo. Cambio el mío, ahora mismo. Mi casa no tiene suelo de tarima como la de Borja, el del cuarto. Etcétera.

 La camisa te define como miembro de la tribu y cada año la moda te hace sentir que puedes decidir tu destino en la sociedad con solo ponerte este polo con un cocodrilo en el pecho. Objetos que no necesitamos nos ahogan en una búsqueda incesante de la felicidad. Sonría, hay que consumir todos los antidepresivos que se están fabricando, hacer el amor x veces o algo va mal. Por supuesto, la foto la subiremos a la red social, hay que demostrar qué felices estamos todos.

Tal vez la clase media, enfrascada en su cruzada por una vida plena, se olvida de la verdadera felicidad. Llegar a fin de mes, pagar la letra del coche o la factura de la contribución nos tengan tan ocupados que no podamos pensar en qué es lo que de verdad nos hace ser felices. La respuesta no creo que esté escondida en ese libro de autoayuda que firma un psicólogo argentino. Ni siquiera creo que exista una respuesta definitiva y válida para todos. Cada cual habrá de encontrar su propio camino, así que búsquelo. (Esta última frase me ha salido un poco a lo Punset, pero, ¿quién soy yo para no dar algún consejillo e interponerme en su camino hacia la gran felicidad?)

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