DISTOPÍAS: MUNDOS INDESEABLES, ESPEJOS
FUTUROS DE NUESTRA ACTUALIDAD
El término
‘Distopía’, aunque no recogido aún por la RAE, sí que aparece en el Oxford English Dictionary:
‘An imagined place or state in which
everything is unpleasant or bad, typically a totalitarian or environmentally
degraded one. The opposite of
utopia’.
Un lugar imaginario en el que todo es malo o desagradable,
degradado y bajo el control de un estado totalitario.
El mayor auge de las distopías tendrá lugar en el siglo
XX. No olvidemos que este comienzo de
siglo está marcado por el descontento. El existencialismo, teñido en su
comienzo de pesimismo y angustia vital, es un movimiento filosófico que refleja
el sentimiento de una sociedad cada vez más alienada y perturbada por las
catástrofes políticas y económicas. Se
suceden guerras, hambrunas y disconformidad social. Los movimientos laboristas
y obreros ganan terreno. Las ciudades, al tiempo que experimentan un gran
desarrollo, sufren de masificación, de exceso de trabajo, de complicación en la
maquinaria burocrática. La incomunicación y la falta de valores tradicionales y
sentimientos parecen ser algunos de los temas que más preocupan a los
ciudadanos modernos. Y la novelística se hará eco de todos estos problemas.
La gran cantidad de obras que se adscriben a este género es
incontable. La literatura distópica ha producido un significativo número de
novelas, relatos y, por supuesto, películas. Los argumentos, personajes y sus
motivaciones pueden variar. Pero todas comparten elementos comunes, que sin
duda, provienen de la tradición de la novela clásica de aventuras y viajes, se
adaptan a la novelística contemporánea y configuran a la nueva mentalidad del hombre
científico, moderno habitante de una sociedad urbana.
En las novelas
distópicas el verismo y el impacto
estético están normalmente refrendados por la cercanía y similitud de los
propios mundos que ficcionalizan. Las ciudades de estas historias son muy
parecidas a las que conocen los lectores de las mismas. Pero, por supuesto, marcadas
por un amargo desencanto, un triste destino, una pesimista, gris y poco
halagüeña realidad. Como apunta Futre
Pinheiro en un artículo titulado Utopian and Utopias: a Study
on a Literary Genre in Antiquity, estas suelen aparecer
en un tiempo de crisis de cambio político y social.
La vida urbana que hay en las ciudades distópicas de
estas novelas se acerca, en distintos grados, al arquetipo
"progresista". En estas inquietantes sociedades se aplican formas
evidentes o sutiles (pero en todo caso novedosas e interesantes) de control del
individuo; formas de organización social adaptadas a una sociedad, a un mundo
indeseables. Estas ciudades narradas son artefactos intencionalmente creados
para consolidar y mantener una determinada organización social subordinada a un
poder. En definitiva, lugares y tiempos
a los que no nos gustaría que llegásemos jamás.
El presente se
ha quedado obsoleto. La tecnología nos hace mirar al futuro. La ciencia
exacerbada nos invita a soñar (sueños que devienen en pesadilla). Las nuevas
antiutopías ocurrirán en el tiempo que está por llegar. Además de su carácter
apocalíptico, admonitorio, clarividente, que nos invita a reflexionar en lo que
va a ocurrir si no cambiamos nuestra actitud.
¿Cuál es la primer Distopía?
Ya Julio Verne en 1889 escribió la novela corta Un periodista en el siglo XXIX en el que su primera frase parece
anunciar toda una nueva oleada de literatura distópica: ‘Los hombres de este siglo XXIX viven en medio de un espectáculo de
magia continua, sin que parezcan apreciarlo. Hastiados de las maravillas,
permanecen indiferentes ante lo que el progreso les aporta.’
Hastiados de maravillas, nos dice Verne, como si anticipase ya el
cansancio y el desasosiego que reinarían en la literatura y la vida de los
siguientes siglos.
Unos años
después, en 1897, H. G. Wells publicaría una de las primeras y no muy conocidas
distopías, A Story of the Days To Come,
novela corta en la que se dibuja un mundo hiperindustrializado y con una
excesiva urbanización. En esta curiosa historia la vida urbana del futuro
Londres está condicionada por una fuerte división de las clases sociales,
siendo los trabajadores los habitantes del subsuelo y los ricos, de elevados
rascacielos. Una visión sociopolítica en la que ya trabajó, con algunas
variantes, en su famosa The Time Machine (1895).
Esta constante
se repetirá en novelas clásicas como la del ruso Zamiatin (Nosotros, 1921), Orwells (Nineteen
Eighty-Four, 1948) o Ray Bradbury (Fahrenheit
451, 1953), por citar tres de los más célebres novelistas de obras
distópicas en las que un futuro indeseable es expuesto de un modo crítico y con
claras referencias a nuestro precario presente. Nosotros es una alegoría fascinante que ha marcado el género, 1984, una cruda visión de un mundo
anticultural, casi real y Un mundo feliz,
la más original e hiperbólica de todas las distopías clásicas.
Si en las utopías literarias se empeñaban en hacernos ver un
universo modélico, deseable y al que
deberíamos aspirar, en estos mundo grises y tamizados por la insatisfacción los
seres humanos están reducidos a meros números (Nosotros de Zamiatin), degradados a una masa sin identidad y
sometidos a una estricta vigilancia (1984
de Orwell) o despojados de la cultura que nos convierte en seres humanos
(Fahrenheit 451 de Bradbury).
Para acabar una reflexión en voz baja ¿es posible que ya estemos viviendo en un
mundo distópico y no seamos conscientes de ello?
PUBLICADO EL SÁBADO 14 DICIEMBRE 2014 EN LIBROS. LA OPINIÓN DE MURCIA
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