miércoles, 3 de junio de 2015

TODAS LAS BIBLIOTECAS, LA BIBLIOTECA


‘Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.’
QUEVEDO


Cuando a un escritor -que siempre es un lector frustrado- le hablas de bibliotecas es como si le mencionases a un niño un parque de atracciones ideal e inconmensurable en el que todo puede ocurrir. Borges se imaginaba el paraíso con la forma de una biblioteca. En su relato <La biblioteca de Babel> describe un lugar infinito en el que los libros son innúmeros, un trasunto del universo y del deseo nunca oculto del autor de habitar un cosmos libresco. Los que lo leímos y somos bibliófilos recordamos ese cuento porque en él se esconde un arquetipo, nos evoca una imagen ideal, un espacio imaginario que prefigura esa biblioteca platónica y perfecta, infinita, cuyos anaqueles albergan el cosmos, la poesía, todas las novelas escritas y futuras, el saber, el placer y nuestra propia existencia narrada.


Esto viene a cuento porque el otro día fui invitado por la ínclita bibliotecaria Marita Funes a una mesa redonda que se celebró en la Biblioteca Río Segura, de Murcia. En ella, se conmemoraban sus diez primeros años de andadura. La primera pregunta a bocajarro que nos lanzó el maestro de ceremonias José Belmonte consistió en contar qué era o qué debería ser una biblioteca para nosotros. La escritora Lola López Mondéjar ofreció una visión muy contemporánea y abierta de las bibliotecas. Consideró que estas deberían ser espacios diáfanos, sin barreras, lugares en los que todas las artes –cine, música, actividades lúdicas- habrían de confluir.

El poeta y profesor Ginés Aniorte nos hizo imaginar un lugar misterioso, quieto, al que se acude a escuchar la voz de los vivos y los muertos. Un recinto mágico en el que el tiempo se ha condensado, donde los minutos y los siglos se diluyen. El libro, imagino que imagina Aniorte, es una máquina del tiempo sutil y cálida, que convierte al lector en náufrago anacrónico, íntimo y feliz. Comparto esa visión quevediana, porque yo también he establecido en muchas ocasiones ese diálogo interminable que se opera en el libro a través de las planicies de tiempo y espacio, por medio de la palabra itinerante y siempre viva de la literatura, que permite resucitar a un escritor durante unas horas para que te cuente en qué pensó hace dos mil años.
La bibliotecaria y amiga de los libros María Dolores Ferrán señaló que las bibliotecas son espacios sin barreras, democráticos, libres en los que todos somos iguales.


Paco López Mengual, gran contador de historias, evocó un episodio novelesco de su juventud, la investigación de un viejo crimen que le impulsó a acudir por vez primera a la biblioteca. Para López Mengual, la biblioteca es una vasta estantería en la que se depositan todas las historias. Y como todo escritor creo que es un lector insatisfecho,  Paco ha dedicado gran parte de su vida a recoger e inventar más cuentos, más historias para prolongar esa inagotable biblioteca que es la Biblioteca Total que a él le gustaría que existiera, que quizá existe.

Diferentes, todas las bibliotecas que se han descrito son la misma biblioteca. Porque está la biblioteca real, esa biblioteca a la que fuiste de niño, que todavía está en pie o no, que organiza clubes de lectura y que tiene dirección postal. Pero luego existe esa otra biblioteca ideal, borgeana, que está construida por el imaginario de todos los lectores y que almacena todos los volúmenes, todos los libros de todos los autores en todas las lenguas y de todos los tiempos.

Esta última no es real, pero es en la que yo quiero creer. Porque si algo nos han enseñado los libros es a soñar. Y soñar con una biblioteca total es el sueño-homenaje que hago en honor a los libros, a los bibliotecarios y a sus fábricas de sueños.

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