martes, 14 de julio de 2015

CUANDO LO EXTRAÑO ESTÁ ENTRE NOSOTROS. SAMANTA SCHWEBLIN Y CELSO CASTRO



Publicado en LIBROS, La Opinión de Murcia, 11 de julio de 2015

Quizá sea una casualidad pero en los últimos días he tenido el placer de conocer dos libros con los que, a pesar de narrar acontecimientos cotidianos protagonizados por personajes consuetudinarios, he acabado con un amargor de extrañeza, esa impresión difusa y angustiosa que procuran algunos relatos de Poe o David Lynch. Me refiero a Entre culebras y extraños, de Celso Castro, y Siete casas vacías, de Samanta Schweblin. Y lo curioso, como decía, es que no son relatos de terror ni fantásticos propiamente dichos, aunque las consecuencias de su lectura sean análogas. Quizá, ¿ha nacido un nuevo género: el realismo-perturbador?


ENTRE CULEBRAS Y EXTRAÑOS

En el primer caso, Entre culebras y extraños es una novela escrita con cierta libertad sintáctica (obvia los puntos finales y las mayúsculas) pero que es capaz de apelar a lo más profundo de nuestro espíritu. Una narración en primera persona, a media voz, que en ocasiones apela al  lector, y que narra el corto pero intenso período de la vida de un joven adolescente, enfermizo, hipersensible y extremadamente culto. Lector voraz de filosofía y con veleidades poéticas, nuestro muchacho vivirá una suerte de experiencias límite que harán que acontecimientos grises como la propia servidumbre de la enfermedad, las trivialidades de un amor pueril o la inesperada muerte de un padre inmisericorde den paso a acontecimientos de gran carga simbólica, filosófica e incluso metafísica. El joven, de hecho, es capaz de percibir el mundo mediante un prisma privilegiado, mágico, y transmutar la experiencia en un relato de perspicaz intimismo y lucidez apabullante. En ocasiones, será víctima de visiones extrañas que contagiarán al lector de una impresión fantástica, vívida y alumbrada por un expresionismo indescriptible y tierno. En este sentido, no podemos dejar de acordarnos de algunos cuentos de Cortázar (La señorita Cora, Final del juego) o incluso de esa nostalgia fantaseada que imprime Cărtărescu en Los gemelos o REM
Además, ciertas experiencias que se narran en la segunda parte de la obra –a la que llegamos tras una narración en crescendo con sorpresa final- hacen que esta novela de aprendizaje intensa y de gran belleza lírica se erija como una de las historias más profundamente enigmáticas y sensibles de mis últimas lecturas.

SIETE CASAS VACÍAS
Siete casas vacías es una antología de cuentos escritos por Samanta Schweblin, que se alzó con el IV Premio Ribera del Duero.
En los siete relatos que componen Siete casas vacías se aprecia una misma estrategia narrativa: perfilar el contorno de vidas a punto de desmoronarse, situaciones al límite, extremas, desbordadas, que paradójicamente se inscriben en el territorio físico y emocional de la vivienda.
La narración opera desde dentro o desde un ángulo no muy lejano. Es como si Schweblin se apostase en una esquina del cuadro a observar y diese pinceladas (expresionistas, a veces surrealistas y  morbosas) de lo que en él ocurre. Una mirada oblicua con la que dosifica información de un modo escueto pero insistente, contundente. A golpe de frase breve, como si respirase entrecortadamente  -igual que la protagonista desmemoriada del cuento La respiración cavernaria-, nos conduce a través de la vida exhausta y exagerada de estas víctimas, de sus propias miserias, de sus rutilantes y perturbadoras existencias.  
Los personajes de Samanta Schweblin, como ocurre con Entre culebras y extraños, están extraídos de la más inmediata realidad, pero por circunstancias excepcionales se ven inmersos en situaciones de lo más descabelladas, incluso siniestras, extrañas, que pueden llegar al más febril paroxismo, pero siempre sorprendentes, inquietantes.
Por ejemplo, una mujer conduce junto a su hijo en busca de casas, para desordenarlas, para ‘cambiarlas’. O alguna escena woodyallesca, en la que unos viejos y unos niños corretean por las inmediaciones de su casa desnudos. O ese señor que llama al timbre porque en el jardín de sus vecinos han caído, no se sabe bien por qué, las ropas de su difundo hijo. En definitiva, familias disfuncionales, con las que quizá no te gustaría tropezarte.
Es evidente, que para acceder a este submundo irreal pero que se inscribe en la misma realidad, Schweblin ha optado por atajar por la ruta de la locura, y en muchos de los casos, por esa otra variante que es la desesperación.
El estilo cortante de su prosa, esa obliterada forma de vislumbrar las vidas y pensamientos de sus criaturas, hacen que estas historias gocen de energía propia, que se transformen en surrealistas pero creíbles ventanas de un mundo brillante y fantástico.

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Algunos malos autores tratan de escribir una novela y consiguen el esqueleto, el guión de la misma. Cuentan lo que debería ser ese libro que no han logrado. A Schweblin y también a Castro les ocurre todo lo contrario. Toman notas, escriben retazos, fragmentos, intuiciones y silencios y acaban por pergeñan obras fascinantes y redondas, una literatura de la desolación que se construye desde materiales mínimos y aparentemente sencillos, para explorar ese interregno fuera del poder, que diría Barthes, y constituir un auténtico ejercicio de escritura.

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