Por la educación pública, de todos y para todos. Dedicado a todos los
maestros de Alhama de Murcia
Algunos
viernes, a pesar de la felicidad del inminente fin de semana, siento un leve vacío.
Soy maestro, no lo he dicho antes. Un vacío, como si hubiese dejado algo a inconcluso
en el trabajo. Albergo la sensación de haber dejado una conversación a medio,
inacabada. El lunes he de volver y continuar… ¿pero qué conversación es esta? ¿Con
quién? Es un sentimiento difuso pero que he reflexionado y creo haber entendido
en cierta medida. La conversación es, obviamente, con mis alumnos y no es sobre algo concreto.
Es un largo diálogo que se empieza a principio de curso y no concluye jamás. La
educación es eso, un proyecto inacabable, sutil, infinito, invisible. Y no es
mío. Es de todos, es compartido.
Esa es una de
las razones por las que no se valora el trabajo del profesor. Cuando alguien ve
una casa o una pintura o un libro puede ponerle un nombre a su autor, puede
felicitarlo. El autor, artista o artesano de estos trabajos tienen nombre y sus
obras son tangibles, visibles. Están ahí, se pueden tocar. Sin embargo, el maestro trabaja una sustancia
inacabable. La educación no ofrece resultados inmediatos. Un niño estará -mal o
bien- educado al cabo de muchos años. O quizá nunca, quién sabe. Además, la
educación no es un trabajo personal. Es labor de muchos. En ella intervienen
maestros, padres, agentes sociales, televisión… Por eso, cuando el alumno que
se convierte en médico o arquitecto, vuelve la vista atrás, difícilmente es
capaz de poner nombre a todos y cada uno de los que han intervenido en su
formación. Además, el principal protagonista y artista de esta obra de arte, no
lo olvidemos, no es otro que él mismo.
Como decía,
esa es una de las razones por las que no se valora el trabajo de los maestros.
Porque no se aprecian los resultados a primera vista. Porque no importan quién
te enseñe la tabla de multiplicar ni a leer un poema. Importa el resultado
total, la suma de las partes, partes invisibles que forman una figura futura de
conocimiento, sensibilidad y relación con la belleza.
Imaginemos. Quizá
esta mañana un maestro haya nombrado el título de un libro en clase. Quizá ese título
volado al azar haya calado en la memoria caprichosa de un niño que dentro de
diez años se topará con el libro, lo leerá y le cambiará la vida. Quizá, en este
momento crucial, el nombre del maestro que le citó el libro ya sea víctima de
las llamas del olvido. No pasa nada. Lo importante es que la semilla ha
traspasado el tiempo y ha fecundado en el futuro. Creo que esta es una buena
metáfora de la educación. El deseo oculto de leer un libro en el futuro que
cambiará tu vida.
No creo que los maestros tengan
que salir de su anonimato. Somos trabajadores invisibles y está bien así. No
creo necesario que se erijan estatuas en los jardines. No somos héroes, tan
solo trabajadores que creemos en algo muy importante y bonito. Y que además
cobramos por ello. Pero quizá, en secreto y silencio, todos debamos reflexionar
y apreciar que el trabajo que hacemos es importante, necesario y valioso.
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