En el principio era el verbo,
¿Acaso no lo será también al final?
Oliver Hornillos
La literatura y las palabras mienten. Por eso hemos de
creerlas.
Todas las palabras que se pronuncian ya no nos pertenecen.
Acaso sólo ‘miedo’ o ‘vértigo’.
Después de enunciadas son ya del viento, o de todos o de
nadie.
Porque las palabras son viento, pequeños huracanes
gramaticales.
Todos los poemas de amor han sido ciertos alguna vez.
Todos los libros viajan por el tiempo, y en las
intersecciones de una noche en vela o de un largo viaje en tren, nos han
poseído de algún modo.
El escritor no acaba en el libro. Trabaja para la Eternidad. Su voz es infinita
y nunca sabe a dónde llegará, ni hasta cuándo ni a quién alcanzará.
Las palabras son los únicos seres de este mundo que no
envejecen.
Las palabras son metáforas de nuestras propias almas.
Las palabras nos construyen y con sus verbos y su música nos
insuflan el aliento de la vida eterna.
Por eso tenemos nombres. Si hay algo de eterno en nosotros
es el nombre. Porque al dejar este mundo, la persona que nos amó seguirá
escuchando las letras que lo forman en su ser.
Las palabras están tejidas con el viento. Se respiran; y
navegan hacia el aliento de las personas
y las cosas a la que amamos.
Cuando confundamos el
Amor con la palabra ‘amor’ y la Vida
con la palabra ‘vida’ y la Eternidad
con la palabra ‘eternidad’ comprenderemos
el significado de la palabra ‘literatura’.
Si heredamos y
legamos algo verdaderamente valioso: una leyenda, recuerdos, amor… siempre va
envestido de palabras.
Las palabras inspiran más palabras, cariño, poemas, razones
para vivir, historias, sueños, amaneceres, colmillos, umbrales, espejos,
zaguanes, orillas.
Nuestra realidad es un páramo que pueblan las palabras. Por
eso los sueños no tienen explicación: porque ahí las palabras se transforman en
símbolos.
PEDRO PUJANTE
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