Cuando el tiempo pasa, una de las
tareas que la vida impone es aniquilar a ese niño travieso e imaginativo que
habita dentro de nosotros. Los años no perdonan, el tiempo es la medicina que
nos asesta la más irremplazable y sutil estocada. Más que nada porque el tiempo
no tiene moral ni compasión. Ni falta que le hace. La vida es mortal, eso ya se
sabe aunque nunca lo pensemos demasiado.
El niño va esfumándose poco a
poco, porque solo hay espacio para una persona en nuestro cuerpo. Así que,
paradójicamente, tiene que ser uno mismo el que cuide a ese niño tierno y
fascinado por el mundo que nos precedió; ese niño con la boca llena de
preguntas y los ojos repletos de colores y misterios que intuía el mundo y que
imaginaba la vida como si fuese una historia fantástica. La vida es un sueño
pero llega un día y te dicen que empieces a hacer cuentas para llegar a fin de
mes, a buscar un trabajo serio, a pensar en alimentar tu cuerpo, tu ego, olvidarte
de Melchor, memorizar el número de tu tarjeta de crédito.
Y entre una y otra cosa, comienza el silencioso
crimen. El niño te reclama juegos y lo desoyes. Te cuenta un sueño al oído y le
respondes con una fría bofetada de sentido común. Se ríe de naderías y le afeas
el gesto y le replicas que eso no es tan importante como ir a hacer la compra
al supermercado.
De niño, miras un cuadro y no ves
el marco, lees un libro y crees que tras el papel la historia fluye y contamina
el mundo. El adulto ha amaestrado a su niño interior y le ha explicado que la
belleza de la pintura es solo el espejismo que habita en los límites del
cuadro, que al cerrar el cuento hay que dormir sin soñar demasiado y que crecer es abandonar el mundo privado de
la fantasía.
De niños, todos hemos pensado
cosas que hoy nos parecen estúpidas. Ser astronauta, que la chica rubia que
pasa cogida de la mano de su madre sea tu novia, que aterrice una nave cerca de
tu casa. Algo parecido a los sueños, que al despertar nos resultan absurdos
juegos del subconsciente que no significan nada. Cosas de niños, esos seres que
un día fuimos pero que hemos logrado enterrar sin remordimientos.
Cada día cometemos el crimen.
Cada día nos obliga el mundo al infanticidio. Soñar es un mal que hay que obliterar.
Sin embargo, recordad algo: el niño
que fuiste no era estúpido, era un niño. El niño que llevas dentro sigue vivo y
si prestas atención tiene algo que decirte. Dale de vez en cuando un respiro.
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