En Inglaterra se inventó en el siglo XIX un
subgénero literario: ‘Newgate Novels’, el cual adopta su nombre de la cárcel
más famosa de Londres. Literatura que reflejaba la dura sociedad de aquellos años,
urbana y sucia, poblada de ladrones y criminales, y que autores como Charles
Dickens tan bien supieron cartografiar. De hecho, Dickens de niño vivió la
prisión muy de cerca. Su padre fue encarcelado y, como era costumbre en
aquellos días, su familia le acompañó durante su estancia carcelaria. El jovencísimo
Charles fue afortunado y, a diferencia del resto de su familia, quedó al
cuidado de una amiga de los Dickens y no tuvo que vivir entre rejas. No
obstante, esa experiencia le marcó y dejó una impronta en su obra que bien
puede rastrearse en sus famosas novelas de delincuentes y maleantes,
descarriados juveniles del emergente mundo urbano londinense. O en su breve
ensayo ‘A visit to Newgate’, pieza en
la que describe la tétrica y decadente prisión victoriana. En ella, nos dice
Dickens, hay una pequeña escuela con niños, con zapatos y sin ellos. Niños sin
zapatos. Habla del espectral edificio y también de las miserables gentes que
allí se encuentra. Y acaba el relato hablando de un preso, un condenado al que
le quedan tan solo dos horas de vida. De prisión. ¿No es terrible la imagen de un
hombre que sabes que va a morir rodeado de niños sin zapatos?
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