Hace poco leía un viejo artículo
de Vicente Verdú en el que destaca la virtud del lenguaje en la obra literaria.
Esta observación puede parecer innecesaria pero lo que Verdú trataba de
explicar, y estoy totalmente de acuerdo con él, es que la literatura ya no
sirve como mero artefacto para contar historias. Su potencia estriba en su
propia materia: la palabra, ‘la belleza y
perspicacia de la escritura’.
Estas
reflexiones me han surgido al hilo de la lectura de los cuentos reunidos en La lengua de los ahorcados, de Fernando
Clemot (Barcelona, 1970), la última publicación de un autor que cuenta en su
haber varios libros, entre novelas y cuentos, y el aval de premios como el prestigioso
Setenil.
Clemot avanza en sus cuentos a
media voz, sus relatos son susurros, apenas exhalaciones en las que las elipsis
y los silencios tienen más peso que el propio texto. Desde el comienzo se
entabla una relación hermética con el narrador, una dependencia que
difícilmente se puede eludir. Ese es el mayor logro de esta recopilación de
relatos, es decir, de la prosa de Fernando Clemot: la voz pausada y contenida,
concentrada en el tono homogéneo que cede al narrador y que, esquivando la
grandilocuencia y los efectismos, entra de lleno en el silencio de la lectura y
la ilumina.
Ese tono cordial, cercano, se
logra con distintos procedimientos. El uso de la primera persona, en casi todos
los textos, un lenguaje sencillo pero
que se aproxima a veces al poema en prosa, relatos antiguos, rescatados de la
infancia, recordados de alguien que a su vez se los refirió al narrador. O
incluso, con un tono confesional cuando evoca lo que intuimos como el pasado
real del autor, su infancia, el recuerdo de su padre, la amistad remota, un
evento trivial pero misterioso.
Hay también una serie de textos,
de carácter más poético que narrativo, que dialogan entre sí, que cohesionan el libro
y que funcionan como una corriente marina en la que no es difícil sentir el
peso abrumador de aguas profundas.
Pero el verdadero placer del volumen reside en
las narraciones propiamente dichas. Algunas más largas, otras cercanas al
microrrelato. Historias, que como comentaba, están cargadas de ternura y que
arrojan luz sobre las sombras del alma humana. Algunas simulan la mera
anécdota, el recuerdo de infancia o el relato clásico de aventuras. Pero, en
general, los géneros son un subterfugio en Clemot para cartografiar el interior
de sus personajes, de sí mismo o de ese narrador, y que se proyecta y reverbera
en su propia escritura.
Como dice el narrador de
“Inquilinos anteriores”: “El lugar donde
habitamos acumula todo lo que allí sucedió.” El escritor, y sus personajes después, habita
un libro. Luego llegarás tú, lector, y te sumergirás en el pecio de palabras
que es la literatura en busca de tesoros, relatos y secretos que han quedado
presos para siempre.
Una lectura intensa, que consigue
envolver gracias a su sutileza y perfección.
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