martes, 7 de febrero de 2017

RESEÑA DE 'LOS HUÉSPEDES', POR RAÚL HERRERO

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Los huéspedes
Ediciones Irreverentes, 2016

Pedro Pujante multiplicado por sí mismo
Parece que se esfuerza en levantar la cabeza en castellano la literatura de género, si bien no desde el apeadero del epígono, sino desde el helipuerto de la búsqueda de nuevos aires. En esta línea sucesoria e intemporal (esto último por los viajes en el tiempo de la ciencia ficción) situaría a Los huéspedes, de Pedro Pujante.
Un escritor es invitado a un simposio de «literatura secreta», y al individuo no se le ocurre otra cosa que aceptar esa clara provocación hacia lo inesperado y… Es de agradecer que el propio libro no se tome a sí mismo del todo en serio, es decir, que se incluya un sentido del humor que impregna al contenido y al continente (por cierto, que continente es un apellido bastante gracioso para definir a un individuo). De hecho lo «pop» (la ayudante de un doctor le recuerda al protagonista a cierta famosa que tuvo una niña con un torero y que se asoma a menudo por la televisión) pueblan las páginas junto a referencias más cultas (Borges no podía faltar). Si bien a los sarmentosos y caducos sitiales a los que les horroriza que el humor impregne la literatura (hace unos días hablaba de este tema Francisco Ferrer Lerín en su presentación de su libro La edad del insecto en Zaragoza) les espantará este volumen de naturaleza algo grotesca (dicho esto en el mejor sentido: «Arq. y Pint. grutesco (‖ dicho de un adorno). U. t. c. s. m.»). Sin embargo, esta particularidad no debe inquietar a Pedro Pujante, puesto que los que así piensan tampoco creen que se pueda escribir en serio (y con la soltura maestra que Pujante demuestra) una obra de fantasía, ciencia ficción, o, simplemente, de género (sea este chico (¿marx?), negro o chino).
Resulta difícil escrutar la novela sin destripar algunos aspectos decisivos de la trama. Pero aclararé que desde un punto de vista técnico la transformación de la conciencia del narrador -¿o narradores?- (que pasa del primigenio escritor al que puede ser su clon) alcanza el nivel de magistral. Al tiempo que Pujante escribe emplea las referencias que cualquier aficionado tiene en mente para lustrar el texto y aproximarse al contumaz lector, resumiendo algunas de las conjeturas que pueden asaltar la mente del que se encuentra enfrascado en la lectura. Tal es el caso siguiente: «Este pueblo, tras su aparente normalidad rústica, esconde algún secreto inconfesable. Pienso en conspiraciones de película, una invasión de ultracuerpos, alienígenas, una colonización vampírica, una epidemia de entes de otra dimensión, la NASA, experimentos del ejercito, seres malignos que emergen de los pantanos o de los espejos». Ante los extraños sucesos el narrador conjetura de nuevo: «¿Y si resulta que estamos muertos y que todos esos doctores y dobles fueran espíritus condenados por Higueras?». También el autor emplea la denominación «broma infinita» (David Foster Wallace). Y es que junto a referencias procedentes de la literatura y el cine de fantasía encontramos abundantes salpicaduras de origen literario. Al fin y al cabo, la idea de clonar a Francisco Umbral parece ser el desencadenante de los acontecimientos. Y volviendo de nuevo a la novela les advierto: «Bueno, sí es una especia de chiste, pero mortal y absurdo, más absurdo que la propia realidad». No se la pierdan y adquieren al menos un par de ejemplares. Por si los clones.
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