sábado, 28 de diciembre de 2019

MI SECRETO

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Quería confesar algún secreto mío pero como lo que define un secreto es precisamente su carácter anónimo e invisible, había pensado inventarme algo o improvisar este artículo, y así esquivar el espinoso asunto de desvelar mis miserias ante desconocidos.
Después de mucho cavilar he llegado a la conclusión  de que quizá debiera explicar que mi secreto más inconfesable consiste precisamente en una manía. Una manía inconfesable. Más bien se trata de una adicción. Soy adicto a la ficción. Este secreto no es baladí porque encierra graves problemas que me dispongo a relatar aquí y ahora, y que como algunos creen que soy escritor, y como la escritura tiene un  fuerte componente imaginativo y ficcional que todo lo relativiza, muchos pensarán que estoy fantaseando. Así que cuanto más insista yo en afirmar que mi delirio literario en real más creeréis que estoy fabulando, que invento. De hecho, esa es una de las principales características de mi adicción: incontinencia ficcional, es decir, la pulsión incontrolable de inventar situaciones y argumentos que sustenten mi propia realidad. El impulso vertiginoso de ver el mundo como una obra de teatro, como una novela en curso, como un río de verdades inventadas.
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Samuel Riba en Tenerife
Esto en sí no es malo si se sabe canalizar, si se consigue llevar a un plano creativo y se transforma en una obra literaria. Tampoco es dañino cuando se usa la fantasía como catalizador de la inteligencia. El problema es que en ocasiones la línea que separa realidad y ficción se vuelve borrosa y los problemas pueden ser mayúsculos. Por ejemplo, yo recuerdo cosas que jamás han ocurrido, que tan solo he leído, pero que pasado un tiempo no logro distinguir de mis vivencias reales. Por poner otro ejemplo más reciente, le pregunto a mi mujer, ¿Qué habrá sido de aquel tipo, un tal Samuel Riba que era editor? Ella no sabía a quién me refiero, obviamente. Sí, ese hombre ya cansado de todo que se fue a Dublín en busca del  sentido último de la literatura auténtica. Al rato recuerdo que es un personaje de una novela de Vila-Matas. Por supuesto no se lo aclaro para no alarmarla. Y rezo para que no lea Dublinesca, la novela en la que aparece, claro.
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James Joyce tratando de recordar qué comió ayer
Hablando de Vila-Matas, hay una novela suya que se titula El Mal de Montano y que trata precisamente de un hombre que está enfermo de literatura. Yo me sentí muy identificado con Montano porque cuando leí el libro me dije, ¿no padeceré yo ese mismo síndrome, no habla esta novela de mí?
He probado diferentes formas para intentar aliviar mi adicción a la ficción. Todas sin éxito. Todas demasiado realistas. Al fin y al cabo, ¿qué malo tiene vivir en dos mundos a la vez? ¿Quién ha muerto por poner un poco de ficción en su vida? ¿No es, en definitiva, la vida una ficción compartida? Espero no haberos aburrido con mis cuitas. Espero también que si alguien conoce un remedio no dude en hacérmelo saber. Como dijo  Kundera: “inventarte una vida no es tan perjudicial para la salud como vivir en un mundo en el que la realidad no es saludable”.

Y aquí acabo. Espero que no hayáis creído ni una palabra. Que no me toméis muy en serio, porque a ver, ¿quién me dice a mí que vosotros no sois también personajes de ficción?

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