martes, 6 de septiembre de 2011

LA CARRETERA de Cormac Mc Carthy


Después de leer La carretera uno tiene la sensación de que algo ha cambiado. Haber recorrido un tramo de la carretera que nos propone Mc Carthy supone adentrarnos en los recovecos más profundos del ser humano. La carretera transita un mundo inhóspito, baldío, desesperanzado, frío, vacío y salvaje.
El argumento es sencillo: un padre y su hijo, unos de los pocos supervivientes en un futuro apocalíptico y moribundo, caminan por la carretera en busca de un incierto porvenir. Un futuro que se reduce a encontrar alimento diario. Y nos ser encontrado por los malos. Todo se reduce a un presente gris y frío. Sin futuro. El hijo es la fuerza que impulsa al padre a no abandonar su lucha diaria. Y se convertirá en el símbolo de la esperanza para el padre y los lectores. Porque en ese mundo en el que llueve ceniza y la vida parece haberse extinguido nuestra alma sólo encuentra consuelo en la inocencia del niño. Posiblemente el eje central del libro. Pero paradójicamente este niños es quién más se cuestiona su existencia. Duda si llegarán al día siguiente, duda de que haya hombres buenos en el mundo. Sufre aterradoras pesadillas que se niega a relatar. Pero a la vez sueña que hay otro niño con el que poder jugar. Y nos hace esbozar un atisbo de fe. Pero es difícil creer en un mundo en el que vivir estriba en tener una lona con la que cubrirse de la lluvia o encontrar unas latas de conserva en una vivienda abandonada. Somos reducidos a lo primario.
Con una prosa muy personal y estilizada el autor nos transporta a un escenario asfixiante y demoledor. McCarthy subyuga desde las primeras líneas. Y nos coloca en un lugar privilegiado para observar a estos personajes sin nombre, en un lugar desconocido que intenta llegar a un destino ignoto. Ni siquiera se nos advierte de qué provocó dicho estado post-apocalíptico. Y así, en este ambiguo futuro de una probable Norteamérica todos seremos partícipes de la odisea de dos personajes. En definitiva, todos podríamos ser ellos.
Sin sentimentalismos leemos esta historia que como ya hiciera Godwin en El señor de las moscas nos deja ver los entresijos del alma humana cuando está abocada al abismo de la supervivencia. Pero muy superior al Nobel ya que no quiere McCarthy aleccionarnos ni entregarnos un catálogo de moralinas.
Su estilo es directo. Frases cortas. Descriptivo. Una descripción que nos muestra sólo lo que interesa al lector: el vaho de las respiraciones, cadáveres en las cunetas, fetos usados como alimento por desesperados antropófagos, hombres calcinados por un rayo, las mantas sucias, la ceniza que todo lo cubre. Pero también nos regala momentos que son ya hitos en la literatura contemporánea: cuando recuerda el protagonista a su mujer que decidió abandonarse a la muerte por no poder soportar más el mundo que le había tocado vivir. Recordemos este breve diálogo que nos muestra la fragilidad de la vida entre un inaudito niño sin esperanza y su padre:
Ojalá estuviera con mamá. (…)
Te refieres a que te gustaría estar muerto.
Sí.
No deberías decir eso.
Pero lo digo
Y también destellos de la mejor literatura. Frases cargadas de lirismo que resplandecen entre el lenguaje sutil y descarnado que rige todo el libro. ‘’Como la desolación de un mar extraño rompiendo en las playas de un mundo inaudito’’. O el uso de un campo semántico cercano a lo religioso: ‘’Como peregrinos de fábula engullidos y extraviados en las entrañas de una bestia…’’ ‘’Consignas rúnicas, credos mal escritos’’. Una semblanza de la religión que nos dice más de lo que un día fue el ser humano que de lo que es ahora. Dios, MacCarthy parece querer advertirnos, nos ha abandonado. Estamos solos y nadie va a venir a socorrernos.
Muchos son los mensajes que se pueden extraer de este libro indispensable. La soledad como metáfora de nuestra existencia, la fe en nosotros mismos, el amor y la muerte como solución existencial, los límites sutiles entre el ser humano y la bestia. La desesperanza y la esperanza, porque siempre hay una carretera por la que caminar. Aunque no tengamos a dónde ir.

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