Nos cuenta Ovidio en sus Metamorfosis, «Libro X», que
Pigmalión se enamoró de una estatua que él mismo había creado con blanco marfil.
Se enamoró de una imagen que preexistía en su mente y que proyectó en la
escultura blanca.
Este idilio se ha repetido desde
entonces multitud de veces. Han cambiado los personajes, pero se mantiene el
acto de amor entre el hombre y el ser artificial.

A finales del siglo XIX Auguste
Villiers de l'Isle-Adam escribió una de las primeras novelas de ciencia ficción
en la que un hombre se enamora de una mujer artificial. La Eva futura.
Millones de personas enamoradas,
en la distancia, de imágenes reproducidas en revistas, cuadros famosos, fotogramas en forma de Irina Shayk o Rita
Hayworth. Pigmaliones de luz que la
pantalla del televisor ha esculpido en la soledad de nuestro salón. Enamorados
de seres irreales.
Los de Radio Futura, en una
canción, afirmaban estar enamorados de los maniquís.
En la película de Hirokazu
Koreeda, Air doll, una muñeca
hinchable cobra vida, abandona la casa de su dueño enamorado y encuentra el
amor en otra parte.
Buñuel en Tamaño natural ya ensayó este subgénero de romance artificial, pero
añadiendo sus dosis de humor, ironía y crítica social.
En otra película, Lars and the real girl, la soledad y el
aislamiento impulsan a su excéntrico protagonista a contraer una relación
plastificada con una muñeca. Ella es muy sensible, muy tranquila. Como Lars,
por eso se entienden. Ella es de silicona.
Los amantes de silicona es una novela de Javier Tomeo. Una pareja
compra sendos juguetes humanoides con los que mantienen relaciones sexuales
para edulcorar su decaída relación. Un día, a la vuelta del trabajo, el
matrimonio encuentra a los dos muñecos fornicando entre sí. El amor se desplaza
a su propia parcela de artificialidad.
En un capítulo de la serie Black Mirror, una joven que ha perdido a
su novio, adquiere una reproducción artificial. Idéntica en todo. Casi, porque
no es un humano, es un robot. El amor sigue.
Este tema se podría alargar hasta
el infinito en películas y otros relatos. Desde Blade Runner (quién no se enamoró de Geena Davis) hasta Ex Machina, de Alex Garland, o la serie Westworld,
en la que una bella ginoide Dolores cautiva por su humanidad imposible y su
pureza.
Finalmente en Her, sublime película, Joaquín Phoenix
se enamora de una voz, del sistema operativo de su teléfono móvil. Creo que
aquí llegamos a la máxima expresión, cruce de locura y deseo desesperado que
nace en el Romanticismo y engarza con la posmodernidad, el giro brutal, el
bucle perfecto en el que la idealización de un arquetipo femenino logra
vampirizar un corazón y sobrevivir en forma de ficción indescifrable mediante
la inasible forma de un sonido generado por una máquina. El amor (entre el
hombre y la máquina) está en el aire, en la fibra óptica, en las redes
inhalámbricas pero también en los corazones.
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