El final de las historias suele
ser un asunto de capital importancia. No sólo porque es en muchos casos la
culminación o revelación de la aventura que estamos leyendo o escuchando.
También suele ser el momento fatal o feliz en el que se resuelven todos los
conflictos y tensiones de una narración. Y por supuesto de algún modo significa
la muerte de los personajes, de la novela, de la vida literaria, de la fantasía.
De hecho los grandes siempre fallecen para ser inmortales: Alonso Quijano,
Hamlet, Fausto... La relevancia de los finales también la conocía Sherezade,
que dejaba al sultán en un suspenso, usando el recurrido recurso de los
seriales, cliffhanger (literalmente, colgado del acantilado), cada noche
para que le perdonara la vida. El final
de la historia inacabada, el misterio y las ansias de revelarlo permitían a la
princesa Sherezade poder vivir otra jornada más. Hasta que sobrepasó las mil
noches y consiguió disuadir al sultán de sus deseos de venganza misógina. El
final de la historia significó su salvación.
El lado oscuro de esta fábula
sobre finales lo encontramos en la recreación ficticia de la crónica de Burke y
Hare, dos criminales irlandeses que sembraron el terror en Escocia durante el
oscuro siglo XIX. La historia no es otra que la de dos asesinos que eliminaron
la vida de 16 personas y vendieron sus cuerpos al doctor Knox para estudios
médicos. Un relato que bien podría haber firmado Stevenson. La tétrica historia,
no obstante, en la pluma de Marcel Schwob cobra tintes legendarios. Su extraño
y bello libro Vidas imaginarias
dedica un capítulo a Los señores Burke y
Hare, Asesinos. En la patética historia de estos criminales decimonónicos
añade Schwob una curiosa anécdota que parece estar inspirada en las Mil y una noches. Los asesinos
invitaban a un azaroso transeúnte a tomar un trago en casa del señor Hare. Allí
interrogaban a la víctima por los sucesos más sorprendentes de su vida. El
inocente no sospechaba que estaba celebrando el macabro último día de su vida. Comenzaba
a relatar la historia pero cuando estaba a punto de llegar al final, según la versión de Schwob, el señor Hare se
colocaba a su espalda e interrumpía el relato colocando las manos en su boca.
En ese momento, Hare se sentaba sobre su pecho y ambos asesinos imaginaban el
final de una historia que jamás escucharían mientras agonizaba el fatídico
huésped. Después vendían su cadáver por unas cuantas libras.
En los dos cuentos, el de la
princesa Sherezade y el de los criminales irlandeses, el final de las historias
entroncaba con la propia realidad de quienes las narraban. Las dos caras de una
misma moneda. En el primer caso otorgando vida. En el último, la muerte. Nunca
literatura y vida ha estado tan cerca, quiero decir, literatura y muerte.
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