jueves, 29 de agosto de 2013

EL FINAL DE LAS HISTORIAS: SHEREZADE Y SCHWOB

                                           

El final de las historias suele ser un asunto de capital importancia. No sólo porque es en muchos casos la culminación o revelación de la aventura que estamos leyendo o escuchando. También suele ser el momento fatal o feliz en el que se resuelven todos los conflictos y tensiones de una narración. Y por supuesto de algún modo significa la muerte de los personajes, de la novela, de la vida literaria, de la fantasía. De hecho los grandes siempre fallecen para ser inmortales: Alonso Quijano, Hamlet, Fausto... La relevancia de los finales también la conocía Sherezade, que dejaba al sultán en un suspenso, usando el recurrido recurso de los seriales, cliffhanger (literalmente, colgado del acantilado), cada noche para que le perdonara la vida.  El final de la historia inacabada, el misterio y las ansias de revelarlo permitían a la princesa Sherezade poder vivir otra jornada más. Hasta que sobrepasó las mil noches y consiguió disuadir al sultán de sus deseos de venganza misógina. El final de la historia significó su salvación.
El lado oscuro de esta fábula sobre finales lo encontramos en la recreación ficticia de la crónica de Burke y Hare, dos criminales irlandeses que sembraron el terror en Escocia durante el oscuro siglo XIX. La historia no es otra que la de dos asesinos que eliminaron la vida de 16 personas y vendieron sus cuerpos al doctor Knox para estudios médicos. Un relato que bien podría haber firmado Stevenson. La tétrica historia, no obstante, en la pluma de Marcel Schwob cobra tintes legendarios. Su extraño y bello libro Vidas imaginarias dedica un capítulo a Los señores Burke y Hare, Asesinos. En la patética historia de estos criminales decimonónicos añade Schwob una curiosa anécdota que parece estar inspirada en las Mil y una noches. Los asesinos invitaban a un azaroso transeúnte a tomar un trago en casa del señor Hare. Allí interrogaban a la víctima por los sucesos más sorprendentes de su vida. El inocente no sospechaba que estaba celebrando el macabro último día de su vida. Comenzaba a relatar la historia pero cuando estaba a punto de llegar al final,  según la versión de Schwob, el señor Hare se colocaba a su espalda e interrumpía el relato colocando las manos en su boca. En ese momento, Hare se sentaba sobre su pecho y ambos asesinos imaginaban el final de una historia que jamás escucharían mientras agonizaba el fatídico huésped. Después vendían su cadáver por unas cuantas libras.

En los dos cuentos, el de la princesa Sherezade y el de los criminales irlandeses, el final de las historias entroncaba con la propia realidad de quienes las narraban. Las dos caras de una misma moneda. En el primer caso otorgando vida. En el último, la muerte. Nunca literatura y vida ha estado tan cerca, quiero decir, literatura y muerte.

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