domingo, 19 de octubre de 2014

LAS PRISIONES DEL ESCRITOR

“Llevamos siglos separando ficción y realidad con un biombo imaginario. El biombo —gran invento japonés— divide en dos espacios una habitación y nos ofrece la posibilidad de diferenciar las dos áreas. Pero la separación es artificial, puesto que oculta que, de hecho, hay un solo espacio.”

E. VILA-MATAS




Todo escritor es un escritor secreto, que se oculta en su despacho, en sus libros y en su propia efigie de escritor. Se sienta  frente a su ordenador y aporrea el piano arrítmico de su teclado en busca de una sinfonía imperfecta que habrá algún día de definirle y hacerle visible.  
Aunque el que se hace visible solo es el otro, el relaciones públicas del escritor, el que da conferencias, presenta el libro y concede entrevistas a los medios hablando en una fingida primera persona. El que va al supermercado y se preocupa de que no falte papel higiénico en el rollo, ni tinta en la impresora. El otro, el que escribe y sueña siempre permanece al margen, tras el biombo.
Todo escritor es dos personas, a veces tres si tiene familia y  una vida social normal o incluso, como en la mayoría de los casos, ‘otro empleo’ que le da de comer y con el que paga las facturas. Dr. Jekyll escribe mientras Hyde vive y trasnocha y se entera de las noticias.
El escritor no se esconde por miedo ni por necesidad, sino por placer, es decir porque su cabeza no para de viajar y habita dos mundos (que es lo mismo que no habitar ninguno, siempre lejos y exiliado del otro hemisferio) y ha de visitarlos de forma constante para no perder ese vínculo sagrado con el otro lado. Un extranjero. Un nómada. Un extraño. Todo junto.
El escritor, un  pez raro que nada a contracorriente, buscador incansable y aburrido de su persona, en un mundo en el que todos huyen de sí mismos, se esconden en colectividades, banderas, equipos de fútbol, maquillaje, músculos y otras perversiones. El escritor, que siempre sabe que buscarse a sí mismo es lo único que le interesa, acaba por encerrarse en su guarida de papel, pero tiene que emerger de ella por fuerza o necesidad.  Porque la literatura es inventar un mundo privado que solo adquiere total significado cuando se asoma al otro lado de lo público, a través del lector. El lector al final es el más afortunado de los viajeros porque puede otear el universo secreto y peligroso del poeta sin ser lastimado por sus demonios y trampas. Cuántos escritores han perdido la razón en el viaje al ultramundo de la literatura, y qué pocos lectores, en cambio. Quizá el afortunado lector, que cree compartir destino con ese otro gran lector que perdió el juicio, Don Quijote, ignora que en realidad Alonso Quijano no era un lector sino un escritor oculto; porque la figura triste del hidalgo manchego era nada menos que la sombra de Cervantes, el gran preso de la literatura universal, aquel que siguió encerrado en una biblioteca imaginando que viajaba por la Mancha con un regordete compañero. Lo dijo Borges no yo.
El escritor es un viajero lento de interiores y apariencias. Un falso viajero que a través del lector escapa de su cárcel. Una fuga frustrada que siempre llega tarde. Aunque al final eso está bien, porque se crea un puente y ese puente conduce al solitario escritor al mundo de afuera, aunque el lector piense que está entrando en el libro. No, el que se escapa de su jaula de fantasías es el escritor, camina por el exterior que le ha fabricado el lector hasta que éste le cierra la puerta, cierra la última página, lo olvida…

El escritor es un viajero subsidiario, un preso que viaja con la imaginación del lector.

PUBLICADO EL SÁBADO 18 de Octubre 2014 en el Suplemento LIBROS de La Opinión 

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