Quería confesar algún secreto mío pero como lo que define un
secreto es precisamente su carácter anónimo e invisible, había pensado
inventarme algo o improvisar este artículo, y así esquivar el espinoso asunto
de desvelar mis miserias ante desconocidos.
Después de mucho cavilar he llegado a la conclusión de que quizá debiera explicar que mi secreto
más inconfesable consiste precisamente en una manía. Una manía inconfesable.
Más bien se trata de una adicción. Soy adicto a la ficción. Este secreto no es
baladí porque encierra graves problemas que me dispongo a relatar aquí y ahora,
y que como algunos creen que soy escritor, y como la escritura tiene un fuerte componente imaginativo y ficcional que
todo lo relativiza, muchos pensarán que estoy fantaseando. Así que cuanto más
insista yo en afirmar que mi delirio literario en real más creeréis que estoy
fabulando, que invento. De hecho, esa es una de las principales características
de mi adicción: incontinencia ficcional, es decir, la pulsión incontrolable de
inventar situaciones y argumentos que sustenten mi propia realidad. El impulso
vertiginoso de ver el mundo como una obra de teatro, como una novela en curso,
como un río de verdades inventadas.
Samuel Riba en Tenerife |
Esto en sí no es malo si se sabe canalizar, si se consigue
llevar a un plano creativo y se transforma en una obra literaria. Tampoco es
dañino cuando se usa la fantasía como catalizador de la inteligencia. El
problema es que en ocasiones la línea que separa realidad y ficción se vuelve
borrosa y los problemas pueden ser mayúsculos. Por ejemplo, yo recuerdo cosas
que jamás han ocurrido, que tan solo he leído, pero que pasado un tiempo no
logro distinguir de mis vivencias reales. Por poner otro ejemplo más reciente,
le pregunto a mi mujer, ¿Qué habrá sido de aquel tipo, un tal Samuel Riba que
era editor? Ella no sabía a quién me refiero, obviamente. Sí, ese hombre ya
cansado de todo que se fue a Dublín en busca del sentido último de la literatura auténtica. Al
rato recuerdo que es un personaje de una novela de Vila-Matas. Por supuesto no
se lo aclaro para no alarmarla. Y rezo para que no lea Dublinesca, la novela en la que aparece, claro.
James Joyce tratando de recordar qué comió ayer |
He probado diferentes formas para intentar aliviar mi
adicción a la ficción. Todas sin éxito. Todas demasiado realistas. Al fin y al
cabo, ¿qué malo tiene vivir en dos mundos a la vez? ¿Quién ha muerto por poner
un poco de ficción en su vida? ¿No es, en definitiva, la vida una ficción
compartida? Espero no haberos aburrido con mis cuitas. Espero también que si
alguien conoce un remedio no dude en hacérmelo saber. Como dijo Kundera: “inventarte una vida no es tan
perjudicial para la salud como vivir en un mundo en el que la realidad no es
saludable”.
Y aquí acabo. Espero que no hayáis creído ni una palabra.
Que no me toméis muy en serio, porque a ver, ¿quién me dice a mí que vosotros
no sois también personajes de ficción?
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