EL TERRIBLE PODER DE LA PALABRA
Cuando en la Biblia –según Borges, la cumbre de la literatura fantástica- Dios
crea el Universo, lo primero que procede a hacer es nombrar las cosas. Y es que
lo que no se puede nombrar, dijo Steiner, no existe. San Juan también apuntó la
tantas veces citadas frase ‘En el
principio fue el verbo’. Y quizá, lejos de razonamientos filosóficos o religiosos,
sea cierto que el hombre, tal y como está constituido hoy día comenzara a ser
tal en el momento en que se valió de la palabra, de nombres y adjetivos para
designar las cosas, nombrar los símbolos y encapsular verbalmente el tiempo que
no estaba teniendo lugar a través del lenguaje simbólico. El pasado y el futuro
solo existen por medio del lenguaje. El lenguaje dota de identidad y consigue
materializar los sueños, los sucesos que ya ocurrieron o recrear los que están
por suceder. De hecho, el lenguaje es una poderosa herramienta que nos permite
convocar imágenes y símbolos abstractos e irreales, quimeras, fantasías, ideas.
La palabra da forma al pensamiento.
El lenguaje, en un principio
meramente comunicativo, se ha sofisticado y se ha erigido en arte, en
literatura. Así que, ¿quién puede negar el poder de la palabra?
Desde antiguo se ha reconocido
este valor al verbo. Yo soy la Gran
Palabra, se puede leer en algún jeroglífico. De hecho, para negar la
inmortalidad a un enterrado bastaba con eliminar la inscripción de su nombre,
la palabra escrita de su nombre. Y a Ra le bastaba con decir nombrar un
elemento para que este cobrara vida.
La magia se ejerce a través de
conjuros. Los ritos religiosos se celebrar mediante rezos, plegarias y
cánticos. Palabras, verbos que se alzan para comunicar al hombre con los dioses
y los espíritus. Con el otro lado.
Todos sabemos que nada tiene de
inocente el hecho de quemar libros. La palabra escrita, el conocimiento siempre
se ha considerado, obviamente, un instrumento de poder. La quema de libros
aparece en novelas como el Quijote, en aquel episodio del Capítulo VI que se
conoce como el doloso escrutinio. O en Fahrenheit
451, la novela de Bradbury, llevada magistralmente a la pantalla por
Truffaut, en la que los bomberos se dedican a incinerar toda biblioteca que
encuentran.
En La dama número trece, novela de José Carlos Somoza, aparece una
ancestral secta de brujas que se valen de la poesía para desatar innumerables
tragedias y catástrofes desde la Antigüedad.
Nana, una extraña novela del estadounidense Chuck Palahniuk,
describe la aventura de unos personajes en busca de un libro de cuentos
infantiles africanos. Al parecer su lectura provoca la muerte súbita de los
niños que escuchan su contenido.
Por último quiero citar The flame alphabet, una novela del
escritor neoyorquino Ben Marcus. En ella tiene lugar una misteriosa epidemia
que convierte a los niños en armas terroríficas. En concreto las voces de los
niños. Con sus palabras, ya sean escritas o habladas, consiguen enfermar,
literalmente a los adultos. Una metáfora que en la novela de Marcus se
transforma en truculenta y distópica realidad.
Tanto en la novela de Somoza como
en la Marcus la palabra funciona como arma arrojadiza. Como arma letal. El
carácter simbólico del poder de la palabra se muta en una realidad terrible.
La obra literaria que culmina con
la vida de quien la lee está también presente en la trama central de El nombre de la rosa, de Umberto Eco. En
este caso es una obra perdida de Aristóteles la causante de las muertes, aunque
sin pretender destripar la trama (todos conocemos la novela o hemos visto la
versión cinematográfica o la teatral) el libro no era tan nocivo como el
bibliotecario que colocó el veneno en sus hojas.
Este concepto de libro que mata
no es nuevo; lo recogió Unamuno en Cómo se hace una novela. Aquí imagina un
personaje que encuentra un libro y en él, para su sorpresa, lee: "Cuando el lector llegue al fin de esta
dolorosa historia se morirá conmigo". Y después Vila-Matas lo desarrollará
con cierta ironía en una de sus menos conocidas obras, la novela breve y
primeriza La asesina ilustrada.
Para evitar acabar este artículo
con una concordancia entre palabra y destrucción me referiré al famoso libro de
Las mil y una noches. Que a pesar de
estar plagado de atroces crímenes y muertes, la propia historia que hilvana la
dulce narradora Sherezade se convierte en su salvación, en vida.
PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO 'LIBROS' DE LA OPINIÓN DE MURCIA (29-11-2014)
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