Fantástico vs Maravilloso
Siempre me he interesado por la
parte fantástica de la literatura. Sin embargo esta afirmación parece estar en
radical oposición a mi desinterés por la novela épica, por El señor de los anillos y demás narraciones de mundo fantásticos.
Pero no lo está. Trataré de explicarme.
Como dicen algunos especialistas
del género fantástico –Castex, Caillois, entre otros- lo fantástico tiene lugar
cuando se produce esa intromisión de lo
inexplicable en la realidad, cuando la trama de lo cotidiano se rasga, como una
sábana arañada por una mano invisible, desconcertante e inexplicable. Y por
supuesto, en un mundo tan específico como la Tierra Media, que un dragón robe
un anillo con poderes nada tiene de particular ni de fantástico. Es un
acontecimiento de lo más trivial y predecible. En ese mundo maravilloso,
ninguna cotidianidad se ha visto truncada. Al igual que una tortuga habla en
una fábula. Al igual que Peter Pan vuela y tiene trato con las hadas en Nunca
Jamás. Por lo tanto, para que se produzca la percepción de lo fantástico, el
acontecimiento debe ser traído a nuestro mundo, a lo cotidiano y trastocarlo.
Un libro sobre dragones no es fantástico, es maravilloso, pero no fantástico.
Terrores cotidianos
Recuerdo a alguien hablando de
terror. Y decía que ya no nos asustan los monstruos, porque no creemos en
ellos, como quizá sí creían nuestros antepasados, los lectores anteriores al
siglo XIX. El caso es que como contrapartida al monstruo, hemos tenido que
recurrir a otros terrores fantásticos más cotidianos. Más creíbles y cercanos.
Por ejemplo, una casa que es invadida por presencias desconocidas; el
descubrimiento de un mundo imaginario que está comenzando a apropiarse de la
realidad; la existencia de tu doble acechando en la noche. Lo que quiero matizar es esa forma con la que lo
fantástico se presenta en la actualidad: a través de lo cotidiano.
Quizá quienes mejor entendieron
esto fueron los autores hispanoamericanos: Borges, Rulfo, Cortázar, Levrero,
Francisco Tario… La lista es larga como la noche. Y todos son deudores del
praguense: Kafka, el inventor de las fantasías cotidianas, el urdidor de
laberintos urbanos, pesadillas que conectan con un consuetudinario pasillo de juzgado
de primera instancia.
Lo fantástico está aquí
Lo fantástico cotidiano. Quizá no
sea tan moderno. Las historias de fantasmas, incluyendo el espectro de Hamlet, ya situaban a seres
excepcionales en espacios comunes. Sin embargo, estas apariciones o espectros tenían
un simbolismo, eran metáforas de otra cosa: la vida después de la muerte, la
fuerza del espíritu, la voluntad del alma, etc. Todo, al final, escondía una
explicación o una razón de ser, un sentido trascendental. Por ejemplo en Don Juan o Hamlet, que aparezca un fantasma tiene que ver con la venganza. En
el siglo XIX, muchos espectros simbolizan el amor imperecedero (Vera o Aurelia); y es que muchos fantasmas son eso, símbolos: restos de
una maldición, de una promesa incumplida, anuncios de algo, de una vida que no consiguió culminar. Además,
los espíritus y fantasías del siglo XIX (y anteriores) provienen de otro mundo
diferenciado del real, ese lado oscuro y siniestro, que cuanto más terrorífico
es, más consigue dotar de consistencia a este nuestro. Por contraste, el mundo
de los espíritus y de la fantasía solidifica el real, el de los vivos, el de la
razón.
En las fantasías contemporáneas no ocurre tal
cosa. Lo fantástico está inscrito en el
propio tejido de la realidad. Y no tiene por qué haber una explicación que lo
justifique. ¿Por qué se convirtió en insecto el joven Samsa? No lo sabemos. La realidad
(y lo fantástico) carece de sentido, el mundo es inexplicable en sí mismo, no
hay una frontera clara que separe el inframundo de lo cotidiano. Todo está
entreverado, el mundo es caótico; el hecho fantástico tiene lugar aquí y ahora,
y no hay una explicación que nos salvaguarde de lo extraño. La fractura tiene
lugar en la propia realidad, en la propia conciencia del personaje, del lector.
No hay un infierno al que viajar para luego pode regresar sanos y salvos a
casa. No. Lo extraño sucede en tu mente, en tu hogar (como le ocurre a ese
hombre que comienza a vomitar conejos en un memorable relato de Cortázar).
Hay algo que no se puede explicar. Antes,
podían ser espectros o casas encantadas. Ahora no, ahora es la misma realidad
la que carece de sentido, se distorsiona, está fragmentada y no hay manera de
ordenarla. Por lo tanto estamos llegando al asunto central: en qué consiste lo
fantástico hoy día. Lo que sorprende y nos maravilla es la ambigüedad, la duda,
lo inexplicable, lo insólito por irracional que se instala en nuestra realidad.
Lo cotidiano se vuelve el marco perfecto.
En cuentos de Borges o Cortázar,
que transcurren en el metro, en Buenos Aires o frente a un acuario de axolotls,
podemos de repente asistir a una maniobra sutil del destino o de una
fuerza inexplicable que no se nos
explica. Una casa que es invadida por una presencia ignota, un pequeño punto,
bajo una escalera, que concentra todos los lugares y momentos del universo…
Gregor Samsa, el ciudadano
anodino, inaugura la literatura fantástica moderna. Y con él sabemos que lo
fantástico puede tener lugar en cualquier momento y lugar. Aquí, ahora. Las
fronteras han sido derrumbadas y lo fantástico nos aguarda tras lo cotidiano.
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