LOS ÚLTIMOS
JUAN CARLOS MÁRQUEZ
SALTO DE PÁGINA, 2014
La Ciencia
Ficción, sobre todo en su vertiente de anticipación, ostenta el mérito de saber
comprender el presente desde el futuro, reescribiéndolo como si de un
palimpsesto se tratase, pergeñando una biografía imaginaria de nuestro devenir.
En este sentido, se suelen alabar en muchos casos, los aciertos que el escritor
haya tenido respecto a sus profecías. Su clarividencia, su intuición. A mi
entender, estos aciertos no son la parte central de una obra que, recordemos,
es literaria. El goce estético –y aquí estoy con Harold Bloom- no ha de estar
supeditado a las aportaciones científicas del escritor a su obra, sino a su
sensibilidad y su capacidad de hacernos partícipes de ese mundo que ha creado. Y creo que Juan
Carlos Márquez (Bilbao, 1967) en esta breve distopía lo logra con creces: crea
un universo creíble, humano y desolador.
La novela cuenta la historia de
un grupo de supervivientes a un Apocalipsis que duró, como la Creación, siete
días, haciendo de la existencia un palíndromo de tiempo. En unas condiciones
extremas, un reducto humano, una familia y poco más, consigue llegar a una nave
espacial y emigrar hasta Marte, donde se desarrollará la segunda y última parte
de la novela.
En la primera parte, en la Tierra
el oxígeno y los recursos escasean. Además, seremos testigos de atroces ataques de seres
mutantes malformados y antropófagos. Memorable e impactacte es esa escena de
una repulsiva hembra devorando a su recién nacido hijo, como el Saturno goyesco.
En la segunda parte, estos héroes
ocasionales deberán encontrar una forma de aclimatarse a Marte. Márquez plantea
la terraformación, es decir, los personajes pretenden crear una atmósfera
similar a la de la Tierra para perpetuar la vida en el planeta rojo.
Los últimos es una novela corta, dividida en capítulos muy breves,
a veces incluso inferiores a la página. Esta economía verbal consigue despojar
al relato de florituras innecesarias y trasmitir la sequedad, angustia y
frialdad que han de estar experimentando los propios héroes. Procedimiento que
nos recuerda a Plop o Frío, novelas apocalípticas sobre la
crueldad, del malogrado y genial Rafael Pinedo, también publicadas en Salto de
Página.
Además, este escamoteo de
información, y la elipsis a la que
recurre Márquez, consiguen que las imágenes a las que nos enfrentamos cobren viveza.
Como si visionáramos instantáneas cinematográficas de una intensidad inusitada,
en las que no todo se nos cuenta, en las que la imaginación del lector debe de
poner de su parte. Y si en algún momento la narración parece exigir un texto
más extenso, el conjunto final de la novela se presenta compacto, sin fisuras,
con una dicción y una estética acordes a su propia narración, que aunque
escueta y concisa, se permite algunos fogonazos de altura poética: ese
supermercado visto como un ‘escenario
fantasmal’ o esos paisajes de carretera de ‘una belleza de postal del Más Allá.’
La novela, además, está contada a
modo de diario, lo que acrecienta su impacto, inmediatez y verosimilitud.
Este álbum de frías estampas de
un mundo desolado, no obstante, en su recorrido final se tiñe de cierto
optimismo, se vislumbra un cálido soplo de esperanza. La raza humana, quizá, no
esté a punto de sucumbir.
Como en Interstellar, The Road o
Walking dead; como en todas y cada
una de las novela apocalípticas que se han pergeñado a lo largo de los últimos
decenios, Los últimos nos habla de la
supervivencia de la especie, de las vicisitudes del ser humano en un fin del
mundo inesperado y caótico y de su capacidad para enfrentarse a sus propios
fantasmas interiores.
Tal vez su único inconveniente sea
la recurrencia de algunos elementos, bastante manidos ya a lo largo y ancho de
este género: mutantes caníbales, reducción de la especie humana por una
hecatombe, un viaje a Marte poco verosímil…
Pero la originalidad con la que
Márquez bosqueja la historia, la fuerza y concisión del lenguaje y la poderosa
energía de algunas imágenes hacen que Los
últimos se imponga como una gran e interesante epopeya contemporánea.
PEDRO PUJANTE
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