Cuando se quiere hablar de la
relación entre crímenes y literatura ya viene siendo un lugar común pero
inexcusable mencionar a Thomas de Quincey, autor de un ensayo titulado Del asesinato
considerado como una de las bellas artes (1827-29). Un texto irónico e
inteligente, que André Breton no dudó en incluir en su Antología del humor negro. En él explica cómo asesinar para que
resulte estéticamente aceptable.
Muchos son los asesinos que han escrito
libros, o escritores que han cometido asesinatos. La jovencísima Anne Perry,
que junto a una amiga le quitó la vida a la madre de esta, una señora llamada
Honora Rieper, por ejemplo. A los
cuarenta y poco Perry comenzó una exitosa carrera de escritora de novela negra.
¿Quién mejor que ella para escribir sobre crímenes?
Si hay un libro raro y bellamente
escrito, con una exuberante poesía y una salvaje locura es esa novela de
Burroughs titulada El almuerzo desnudo.
Libro radical que fue llevado al cine por Cronenberg de un modo más que digno,
teniendo en cuenta que la novela de Burroughs es paranoica y experimental en
cuanto a estructura –el autor se valió de aquella técnica llamada cut-up, consistente en reordenar un
texto de forma aleatoria-. Además, la adaptación de Cronenberg no se limitó a
plasmar el libro, sino que el director trató de ensancharlo, introduciendo sus
propias visiones estéticas y fragmentos biográficos del escritor beat.
Burroughs es uno de esos escritores malditos
que vivieron entre este lívido mundo y el oscuro zaguán del crimen y la locura.
Su vida de drogas y orgías tiene un episodio trágico, grotesco, siniestro y
fatal. El que ocurrió una noche de septiembre de 1951. Jugaba con alcohol,
drogas y una pistola en lugar de ballesta, a ser Guillermo Tell. Su pareja, Joan
Vollmer, colocó una metafórica manzana en su cabeza y el anticuento acabó en el
homicidio involuntario de Joan y en cárcel (no mucha, algunos días, en realidad)
para este padrastro de la generación Beat.
Soy capaz de imaginar esa escena previa de locura y risa desquiciada de los
primeros instantes transformándose en delirio y pavor tras corroborar la
nefasta realidad del crimen. Tras comprobar que la broma ya no era una broma y
que allí había el cadáver de una mujer muerta y ensangrentada. Pienso en aquel
absurdo momento de transición que hubo de suceder, risotada disparatada, dantesca
y después, horror, llanto teatral y fantasmagórico. “jamás habría sido escritor sin la muerte de Joan”, escribió
Burroughs.
KRISTIAN BALA, PERSONAJE DE SU PROPIA NOVELA NEGRA
La relación entre ficción y
muerte puede ser a veces demasiado estrecha. Krystian Bala, un joven escritor
polaco, fue descubierto precisamente por escribir una novela titulada Amok (2003), en la que relataba con
demasiados detalles un crimen muy parecido al que había tenido lugar unos años
antes. Un policía que leyó el libro descubrió las pistas que le condujeron a
resolver el antiguo caso. En el año 2000 se había hallado un cadáver en las
aguas del río Oder, junto a la ciudad polaca de Wroclaw. No se culpó a nadie.
Un crimen perfecto.
Los autores del crimen y de Amok parece ser que eran el mismo
sujeto. Se apellidaba Bala. No sé en Polonia, pero aquí en España, con ese
apellido, Carvalho hubiese sacado alguna conjetura.
En Amok,
que por cierto es un best-seller en
Polonia, el criminal escapaba de la justicia. La ficción no siempre es fiel a
la realidad. Krystian Bala, está en prisión a día de hoy, preparando su segunda
novela
Algunos autores han transformado
su experiencia homicida en obra literaria. La literatura, que siempre ha sido
vida, a veces nace de la misma muerte.
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