(TEXTO LEÍDO Y ESCRITO POR FRANCISCO GOMARIZ EN LA LA PRESENTACIÓN DE 'LOS HUÉSPEDES, EN ALHAMA DE MURCIA, 4 DE MAYO DE 2016)
“A
mi juicio, no hay cosa más digna de compasión en este mundo que la incapacidad
de la mente humana para poner en relación todo su contenido. Vivimos en un
apacible islote de ignorancia en medio de tenebrosos mares de infinitud, pero
no fuimos concebidos para viajar lejos”.
Lovecraft: “En la cripta”, p. 114
En ocasiones, nos parece que las personas y las cosas se disuelven en contacto con un mundo que nos subyuga, tanto si son aquellos recuerdos del pasado que nuestro inconsciente suele trastocar generalmente, como si es el presente dado, donde afloran sorpresas, genialidades, bondades o maldades. Al tiempo que vivimos en la inseguridad, ¿sabríamos dar una explicación certera de nosotros mismos y del mundo? ¿Sabrían darla nuestros amigos, incluso nuestros seres más queridos? Estas interrogantes forman parte de los cimientos del pequeño universo que Pedro Pujante presenta en su novela “Los huéspedes”: una realidad futura que se da en el tiempo presente, la aparición de la primitiva fuerza de la vida secreta, eludir lo que la brújula de la inteligencia normal señala para acercarnos más a la limpia apropiación de todo: el tiempo, los personajes, las circunstancias…. pero, sobre todo, el tiempo.
Aunque cada vez estoy más
convencido de la inutilidad de encasillar un cuento o una novela en un género
concreto, encuadrar la novela de Pedro dentro de la literatura fantástica no es
tarea sencilla porque entiendo que su objeto principal no es la apariencia de
las cosas ni su realidad vulgar, ni tampoco
esa realidad superior que expresa el estado cósmico de esas cosas que se
imponen al ser humano de una manera kafkiana y en contra de su voluntad. ¿En
qué género podríamos encasillar a una novela como esta donde sus personajes
entran en contacto con una irrealidad consentida como real? Sinceramente, no lo
sé. Eso sí, los que más o menos conocemos a Pedro sabemos que su cualidad
original como escritor es la fantasía, producto de un altísimo porcentaje de
pensar y soñar despierto, pero lo suyo no es algo psicológico sino espiritual.
Es algo muy particular, algo así como deambular entre sueños, rediseñar la
flora y fauna del planeta, crear un mundo como un Dios nuevo, sin contornos
afilados y con generosas dosis de humor. En su día, William Blake escribió: “La particularidad constituye la única
distinción del mérito”.
La distancia que impone
Pedro entre él, creador, y sus criaturas, es decir, los personajes, es rotunda,
y evita cualquier consideración seria o piadosa acerca de los protagonistas y la
trama. Los recursos lingüísticos puestos en juego convierten al argumento en lo
más parecido a un tablado de marionetas: los personajes son casi muñecos, que
se mueven y zarandean en un ambiente aparentemente surrealista y claramente
cinematográfico; en definitiva, situados en un contexto vivencial inédito que
tiene un peso específico en la construcción de la obra (las extrañas conductas
de los personajes de “Terciopelo azul” de David Lynch podrían estar detrás de
todo esto o aquella película de George Pal del año 1960, “La máquina del
tiempo”, donde aquellos morlocks fotófobos y caníbales se comían a los tontos
eloi) que nos hacen reír con sus gestos y sus diálogos. Un submundo visto desde
una perspectiva deformada para subrayar el desquiciamiento de cuatro personajes
(Roberto, el personaje principal; Raúl, Rocío y Román) y las situaciones
desternillantes en que se ven envueltos; personajes que son retirados de su
realidad por un científico aparentemente loco, un tal Faustino, un sabio que, a
la manera del Fausto de Goethe, es capaz de todo para alcanzar una auténtica
sabiduría y colmar su insaciable curiosidad intelectual. Aunque no vende su
alma al diablo, como sucede al personaje de Goethe, tiene en común con este el
ansia de conquistar la verdad de las cosas, enfrentándose directamente con la
vida. Faustino es un impaciente y es también el tipo acabado de la humanidad
soñadora y descontenta, con todas sus aspiraciones infinitas y todas sus
flaquezas. Los cuatro personajes, a los que habría que añadir un monstruo que
vive en el subsuelo y que se llama Romualdo (observen que los nombres de estos
cinco protagonistas comienzan por R), son arrastrados por el destino e
incapaces de dominar la situación, la naturaleza y la voluntad y terminan
desembocando en una especie de parodia de talante existencialista que les
obliga a enfrentarse con el presente. Para hilvanar todo lo dicho Pedro sigue
siempre la línea de las asociaciones, buscando siempre el elemento excitante,
creativo, misterioso, humorístico, sarcástico y revelador. No hay escenas
clave, metáforas ni símbolos. Todos los momentos empiezan a tomar cuerpo bajo
los dedos del escritor por la fuerza de su propia lógica: las escenas, los
personajes, los conceptos…todo tiene proporciones desmesuradas y ricas en
matices. Esta novela tiene un tono sardónico que llama la atención. Emulando a
Milan Kundera en “El arte de la novela”, estos personajes que se retiran de la
realidad, es decir, del mundo dado, son el reflejo de la famosa fórmula de
Descartes: el hombre, “amo y señor de la naturaleza”, se da cuenta de repente
de que no posee nada y de que no es ni tal amo de la naturaleza porque no
controla el presente; ni de la historia porque es inabarcable y se le escapa;
ni de sí mismo porque está sometido a la voluntad ajena y a las fuerzas
irracionales del alma.
En definitiva, el
fundamento de todo es la observación y el intento de conocimiento del ser
humano, y es preciso haber observado y leído mucho para poder amasar y utilizar
las observaciones de otros como si fueran propias. Quiero decir con esto que un
escritor como Pedro es producto de abundantes lecturas (Banville, Benedetti,
Rilke, Borges, Delibes, Paco Umbral, Philip K. Dick, Keats, Kafka, Cortázar,
Wells, Javier Marías, Shakespeare y algunos otros escritores y pintores ocupan
distintos lugares en esta novela), del visionado de series americanas de TV,
películas y cantos al optimismo y a la bondad, un mundo donde confluyen los
tonos humorísticos con los patéticos. Para muestra un botón: “Esto era un paraíso hasta que llegaron
ellos: los limpiadores atómicos, los llamo yo. El infernal y monstruoso
ejército de empleados públicos había comenzado su indispensable tarea. Una
tarea que consiste básicamente en despertarnos muy temprano a nosotros, los
durmientes vecinos, para que podamos disfrutar de un parque y unas calles sin
papeles, sin hojas, sin silencio, sin sueños. La diaria misión de limpieza
consiste en remover la basura de un lugar a otro con tubos que vomitan ráfagas
de viento impulsadas por estruendosos motores de gasoil, que anodinos y
rechonchos empleados del ayuntamiento portan a sus espaldas como cazafantasmas
a sueldo, sin escrúpulos y con un futuro de sordera inminente. Propagan su
propia sordera, cambian la mierda de lugar y disfrazan el parque de infierno
sonoro”. En el fondo, esta novela es una exaltación del hombre vital y
divergente, lo que el propio autor es, en mi opinión. En una época que amenaza
cada vez más con perder el sentido de la realidad del mundo, Pedro se siente
obligado a abrirse a lo extraordinario, a preservar la existencia perdurable y
a exponer la trasmutación de las cosas para saber, para conocer.
El mundo no es otra cosa
que mundo entendido, mundo pensado. Pero este mundo es tiempo y su mejor paradigma
es la pérdida, el laberinto, el descamino: ¿un simposio de literatura secreta
en un pueblo que apenas cuenta con 90 habitantes y cuyos principales atractivos
son un concurso de tute, la tranquilidad del otoño y una fiesta anual del
Emigrante? ¿un taxista que invita al cliente a beber un trago de agua que
contiene un somnífero?¿una casa de huéspedes cuyos dueños no están? ¿un
protagonista que se encuentra consigo mismo en mitad de la calle?¿una tribu de
semihombres clonados, salvajes, peludos y noctámbulos?¿existencia de túneles
del tiempo? ¿gritos que impactan en seres humanos como si fueran disparos, es
decir, palabras asesinas? (“Hay una
palabra/Que lleva espada/Puede atravesar a un hombre armado/ Lanza sus sílabas
punzantes/ Y enmudece de nuevo…”, cantaba Emily Dickinson hace casi
doscientos años) ... En fin, toda esta novela tan pletórica, tan musculada, tan
vibrante y tan ocurrente denota una deslumbrada mirada llena de interrogantes
sobre la naturaleza y sus criaturas, al tiempo que es el testimonio de una
centelleante exaltación ante la exigente realidad de vivir, vista como hermoso
y espectacular desafío a las
limitaciones del hombre, a su lado oscuro, que lo acepta y lo resuelve en una
rutilante eclosión de vida que rezuma por todas las páginas de esta novela,
realidad vista con retina golosa y devoradora, una visión del mundo que se
concreta en el tacto casi carnal y telúrico, a la vez que humorístico, de cada
paso que dan los personajes. Pedro toma una actitud parecida a la del pintor que
logra conjugar a la perfección volumen, dibujo, luz y espacio a través de un
audaz dominio del pincel en la ardiente vibración expresiva de sus valores
cromáticos, en la casi carnosa densidad matérica de su empaste.
Francisco
Gomariz
4 de mayo de 2016
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