domingo, 8 de mayo de 2016

LOS HUÉSPEDES. LA PRIMITIVA FUERZA DE LA VIDA SECRETA



(TEXTO LEÍDO Y ESCRITO POR FRANCISCO GOMARIZ EN LA LA PRESENTACIÓN DE 'LOS HUÉSPEDES, EN ALHAMA DE MURCIA, 4 DE MAYO DE 2016)

“A mi juicio, no hay cosa más digna de compasión en este mundo que la incapacidad de la mente humana para poner en relación todo su contenido. Vivimos en un apacible islote de ignorancia en medio de tenebrosos mares de infinitud, pero no fuimos concebidos para viajar lejos”.
Lovecraft: “En la cripta”, p. 114


En ocasiones, nos parece que las personas y las cosas se disuelven en contacto con un mundo que nos subyuga, tanto si son aquellos recuerdos del pasado que nuestro inconsciente suele trastocar generalmente, como si es el presente dado, donde afloran sorpresas, genialidades, bondades o maldades. Al tiempo que vivimos en la inseguridad, ¿sabríamos dar una explicación certera de nosotros mismos y del mundo? ¿Sabrían darla nuestros amigos, incluso nuestros seres más queridos? Estas interrogantes forman parte de los cimientos del pequeño universo que Pedro Pujante presenta en su novela “Los huéspedes”: una realidad futura que se da en el tiempo presente, la aparición de la primitiva fuerza de la vida secreta, eludir lo que la brújula de la inteligencia normal señala para acercarnos más a la limpia apropiación de todo: el tiempo, los personajes, las circunstancias…. pero, sobre todo, el tiempo.

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Aunque cada vez estoy más convencido de la inutilidad de encasillar un cuento o una novela en un género concreto, encuadrar la novela de Pedro dentro de la literatura fantástica no es tarea sencilla porque entiendo que su objeto principal no es la apariencia de las cosas ni su realidad vulgar, ni tampoco  esa realidad superior que expresa el estado cósmico de esas cosas que se imponen al ser humano de una manera kafkiana y en contra de su voluntad. ¿En qué género podríamos encasillar a una novela como esta donde sus personajes entran en contacto con una irrealidad consentida como real? Sinceramente, no lo sé. Eso sí, los que más o menos conocemos a Pedro sabemos que su cualidad original como escritor es la fantasía, producto de un altísimo porcentaje de pensar y soñar despierto, pero lo suyo no es algo psicológico sino espiritual. Es algo muy particular, algo así como deambular entre sueños, rediseñar la flora y fauna del planeta, crear un mundo como un Dios nuevo, sin contornos afilados y con generosas dosis de humor. En su día, William Blake escribió: “La particularidad constituye la única distinción del mérito”.

Resultado de imagen de emily dickinsonLa distancia que impone Pedro entre él, creador, y sus criaturas, es decir, los personajes, es rotunda, y evita cualquier consideración seria o piadosa acerca de los protagonistas y la trama. Los recursos lingüísticos puestos en juego convierten al argumento en lo más parecido a un tablado de marionetas: los personajes son casi muñecos, que se mueven y zarandean en un ambiente aparentemente surrealista y claramente cinematográfico; en definitiva, situados en un contexto vivencial inédito que tiene un peso específico en la construcción de la obra (las extrañas conductas de los personajes de “Terciopelo azul” de David Lynch podrían estar detrás de todo esto o aquella película de George Pal del año 1960, “La máquina del tiempo”, donde aquellos morlocks fotófobos y caníbales se comían a los tontos eloi) que nos hacen reír con sus gestos y sus diálogos. Un submundo visto desde una perspectiva deformada para subrayar el desquiciamiento de cuatro personajes (Roberto, el personaje principal; Raúl, Rocío y Román) y las situaciones desternillantes en que se ven envueltos; personajes que son retirados de su realidad por un científico aparentemente loco, un tal Faustino, un sabio que, a la manera del Fausto de Goethe, es capaz de todo para alcanzar una auténtica sabiduría y colmar su insaciable curiosidad intelectual. Aunque no vende su alma al diablo, como sucede al personaje de Goethe, tiene en común con este el ansia de conquistar la verdad de las cosas, enfrentándose directamente con la vida. Faustino es un impaciente y es también el tipo acabado de la humanidad soñadora y descontenta, con todas sus aspiraciones infinitas y todas sus flaquezas. Los cuatro personajes, a los que habría que añadir un monstruo que vive en el subsuelo y que se llama Romualdo (observen que los nombres de estos cinco protagonistas comienzan por R), son arrastrados por el destino e incapaces de dominar la situación, la naturaleza y la voluntad y terminan desembocando en una especie de parodia de talante existencialista que les obliga a enfrentarse con el presente. Para hilvanar todo lo dicho Pedro sigue siempre la línea de las asociaciones, buscando siempre el elemento excitante, creativo, misterioso, humorístico, sarcástico y revelador. No hay escenas clave, metáforas ni símbolos. Todos los momentos empiezan a tomar cuerpo bajo los dedos del escritor por la fuerza de su propia lógica: las escenas, los personajes, los conceptos…todo tiene proporciones desmesuradas y ricas en matices. Esta novela tiene un tono sardónico que llama la atención. Emulando a Milan Kundera en “El arte de la novela”, estos personajes que se retiran de la realidad, es decir, del mundo dado, son el reflejo de la famosa fórmula de Descartes: el hombre, “amo y señor de la naturaleza”, se da cuenta de repente de que no posee nada y de que no es ni tal amo de la naturaleza porque no controla el presente; ni de la historia porque es inabarcable y se le escapa; ni de sí mismo porque está sometido a la voluntad ajena y a las fuerzas irracionales del alma.

Resultado de imagen de terciopelo azul david lynchEn definitiva, el fundamento de todo es la observación y el intento de conocimiento del ser humano, y es preciso haber observado y leído mucho para poder amasar y utilizar las observaciones de otros como si fueran propias. Quiero decir con esto que un escritor como Pedro es producto de abundantes lecturas (Banville, Benedetti, Rilke, Borges, Delibes, Paco Umbral, Philip K. Dick, Keats, Kafka, Cortázar, Wells, Javier Marías, Shakespeare y algunos otros escritores y pintores ocupan distintos lugares en esta novela), del visionado de series americanas de TV, películas y cantos al optimismo y a la bondad, un mundo donde confluyen los tonos humorísticos con los patéticos. Para muestra un botón: “Esto era un paraíso hasta que llegaron ellos: los limpiadores atómicos, los llamo yo. El infernal y monstruoso ejército de empleados públicos había comenzado su indispensable tarea. Una tarea que consiste básicamente en despertarnos muy temprano a nosotros, los durmientes vecinos, para que podamos disfrutar de un parque y unas calles sin papeles, sin hojas, sin silencio, sin sueños. La diaria misión de limpieza consiste en remover la basura de un lugar a otro con tubos que vomitan ráfagas de viento impulsadas por estruendosos motores de gasoil, que anodinos y rechonchos empleados del ayuntamiento portan a sus espaldas como cazafantasmas a sueldo, sin escrúpulos y con un futuro de sordera inminente. Propagan su propia sordera, cambian la mierda de lugar y disfrazan el parque de infierno sonoro”. En el fondo, esta novela es una exaltación del hombre vital y divergente, lo que el propio autor es, en mi opinión. En una época que amenaza cada vez más con perder el sentido de la realidad del mundo, Pedro se siente obligado a abrirse a lo extraordinario, a preservar la existencia perdurable y a exponer la trasmutación de las cosas para saber, para conocer.

El mundo no es otra cosa que mundo entendido, mundo pensado. Pero este mundo es tiempo y su mejor paradigma es la pérdida, el laberinto, el descamino: ¿un simposio de literatura secreta en un pueblo que apenas cuenta con 90 habitantes y cuyos principales atractivos son un concurso de tute, la tranquilidad del otoño y una fiesta anual del Emigrante? ¿un taxista que invita al cliente a beber un trago de agua que contiene un somnífero?¿una casa de huéspedes cuyos dueños no están? ¿un protagonista que se encuentra consigo mismo en mitad de la calle?¿una tribu de semihombres clonados, salvajes, peludos y noctámbulos?¿existencia de túneles del tiempo? ¿gritos que impactan en seres humanos como si fueran disparos, es decir, palabras asesinas? (“Hay una palabra/Que lleva espada/Puede atravesar a un hombre armado/ Lanza sus sílabas punzantes/ Y enmudece de nuevo…”, cantaba Emily Dickinson hace casi doscientos años) ... En fin, toda esta novela tan pletórica, tan musculada, tan vibrante y tan ocurrente denota una deslumbrada mirada llena de interrogantes sobre la naturaleza y sus criaturas, al tiempo que es el testimonio de una centelleante exaltación ante la exigente realidad de vivir, vista como hermoso y espectacular desafío a las limitaciones del hombre, a su lado oscuro, que lo acepta y lo resuelve en una rutilante eclosión de vida que rezuma por todas las páginas de esta novela, realidad vista con retina golosa y devoradora, una visión del mundo que se concreta en el tacto casi carnal y telúrico, a la vez que humorístico, de cada paso que dan los personajes. Pedro toma una actitud parecida a la del pintor que logra conjugar a la perfección volumen, dibujo, luz y espacio a través de un audaz dominio del pincel en la ardiente vibración expresiva de sus valores cromáticos, en la casi carnosa densidad matérica de su empaste.

                                                                     Francisco Gomariz

                                                                                     4 de mayo de 2016

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