Cuando despertó aquella mañana no
pensó en los ladrones de órganos que asediaban la ciudad desde hacía ya lustros.
Se sintió algo mareado pero comprobó que su cuerpo seguía completo y que nada
le dolía. Se miró en el espejo y le alivió corroborar que seguía intacto. El
miedo a despertar con un miembro amputado o un órgano extirpado corría por el
ambiente como un rumor malsano. Se
disponía a lavarse los dientes cuando sintió que su mano no respondía con
normalidad. Se fijó en el espejo y notó algo anómalo, como si no se reconociese
a sí mismo. Empezaba a salir de su sopor: el del espejo se parecía a él pero NO
era exactamente él. Se golpeó la cabeza en un acto instintivo y sintió su
cráneo duro como el metal. Entonces recordó otros casos parecidos y cayó en la
cuenta: todo su cuerpo había sido robado y sustituido por una carcasa robótica
de imitación fisionómica.
En la comisaría le explicaron con
desidia que nada se podía hacer para recuperar su cuerpo original. Que tendría que vivir
dentro del ‘envase’ durante el resto de su existencia. Que había tenido suerte,
no todos los ladrones de cuerpos se molestan en salvar la mente de su víctima.
Y cuánto tiempo es ‘el resto de mi existencia’, preguntó resignado. No sé,
depende del mantenimiento. El policía le ofreció un tarro de aceite lubricante
y mirando al que había tras él en la cola gritó: ¡El siguiente!
¡Joder! -perdón-, ha esto es a lo que se le llama: llama "ir a por todas".
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y ahora ¿Quién se mira al espejo?
Gracias por los comentarios, Paco, Un abrazo sin espejos
ResponderEliminarAl menos, salvaron la mente. Me recuerda a "La invasión de los ladrones de cuerpos" pero sin extraterrestres jeje. Abrazos.
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