He terminado de leer 10:04 de Ben Lerner, un libro
semiautobiográfico en el que su narrador, un tal Ben, nos cuenta el propio
proceso de escritura de una novela, incluyendo algunos incidentes que le van
sucediendo.
En sus páginas encontramos
reflexiones y alguna observación interesante. Acude a ver una película
experimental titulada The clock (El
reloj) de Christian Marclay. Un film que dura 24 horas, compuesto por cientos
de fragmentos de otras películas en las que se muestran relojes dando la hora.
La hora exacta en la que se encuentra el film. Este exhaustivo juego convierte
el visionado de la película en una metanarración, conjugando el tiempo real del
espectador con los tiempos ficticios de los relojes que aparecen en el largometraje. (Larguísimo, de hecho.)
Durante este pasaje de 10:04 reflexionaba acerca de este juego
de tiempos que se ejecuta cuando leemos un libro. Hay un tiempo interno,
ficticio, y está el tiempo externo y real, el que transcurre mientras leemos.
Difícilmente se pueden acompasar. Una lectura puede alargarse unas horas, diseminadas
en distintos días, mientras que el libro puede encerrar años o aproximadamente
una jornada, como es el caso del Ulises
de Joyce. ¿Se podría escribir un libro cuyo tiempo ficcional se acoplase al del
lector, haciendo coincidir ambos ámbitos cronológicos? Creo que en literatura
todavía no se ha logrado, ni siquiera intentado. ¿Cómo calcular el tiempo que
cada lector dedica a una página?
Por cierto, el título -10:04- hace referencia a la hora que
marca el reloj de la torre de los juzgados de Hill Valley en la película Regreso al futuro. Y es que leer también
es un viaje secreto en el tiempo, a través de un tiempo ficticio que puede
extenderse durante días, noches, siglos,
milenios.
PUBLICADO ORIGINALMENTE EN LA OPINIÓN DE MURCIA EL 22 DE JULIO DE 2016
PUBLICADO ORIGINALMENTE EN LA OPINIÓN DE MURCIA EL 22 DE JULIO DE 2016
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