La literatura del siglo XX hasta nuestros días parece vindicar una
poética de la desolación. Desde Joyce, Beckett o Kafka, pasando por Blanchot,
el hombre está aislado en el centro de la ficción. Muchos son los autores que
han bebido de esta tendencia basada en la degradación paulatina del ser humano
hasta convertirlo en objeto, entidad desarraigada de su entorno y por tanto,
desolado. A esta corriente secreta de la Prosa
de la Desolación han contribuido escritores como Vila-Matas, cuyos protagonistas,
aunque felices, están enfermos de literatura
y viven aislados de la realidad; Bellatin, oscuro prosista cuya
característica principal consiste en abandonar a sus narradores en espacios herméticamente cerrados y cercenados por el dolor, la mutilación o el estupro;
o Hidalgo Bayal, escritor que recuerda a João Gilberto Noll en el procedimiento
tan hábil de transformar, mediante la supremacía de la prosa, un entorno
cotidiano en un ámbito desolador y asfixiante. No obstante, la prosa de Noll es
llana y se aleja de los destellos poéticos del escritor extremeño.
En Hotel Atlántico narra desde su habitual primera
persona una historia sencilla pero tan oscura como cotidiana. Un hombre, que
parece ser un actor de segunda, vaga sin destino concreto, parece huir pero no
sabemos de qué y se desplaza, como un personaje de Gombrowicz, sin aparentes
motivaciones. Encuentra asesinatos a su paso, se ve envuelto en situaciones
dantescas, es perseguido por asesinos sin razones aparentes y es sometido a una
inexplicable mutilación. Su destino es tan trágico como absurdo.
La historia comienza
en un hotel y termina, cerrando el
círculo, en el Hotel Atlántico. Esta última parada augura el comienzo de una
nueva vida, pero la felicidad es tan efímera como la realidad, y un poso de
nostalgia y tristeza inunda las últimas escenas de este viaje sin sentido.
Si el arte imita la vida, las narraciones de Noll reflejan esos
rincones oscuros de la realidad que pasan desapercibidos al resto de los
mortales. Nuestro narrador es un maestro de los matices, un cuidadoso
observador de las zonas más siniestras de la naturaleza humana. Sin aspavientos
ni excesos, la prosa de Noll discurre con suavidad pero nos conduce a esferas
defectuosas de la realidad, a esos lúgubres espacios que jamás nos habríamos
imaginado que existían para develarnos que tras el telón de nuestras vidas todo
es desolación.
P.D. J.G. NOLL falleció en marzo de este año. Sirva este reseña como homenaje mínimo a un autor tan desconocido como valioso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
DEJA AQUÍ TU COMENTARIO