sábado, 18 de agosto de 2018

LA MUERTE DEL SABIO

Publicado en La Opinión de Murcia, 17 agosto 2018
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En el pasado, los ancianos de la tribu eran los sabios que atesoraban el conocimiento. El saber consistía en acumular experiencias, vivencias, heridas procuradas en batallas o en batidas de caza, recuerdos de vidas cruzadas. Al trasmitirlo a los demás se producía la magia, el aprendizaje necesario para sobrevivir a la ignorancia. Ahora, con la Red como oráculo –el cerebro compartido que no piensa- existe un almacén de saberes a disposición de cualquiera. Un vasto tejido de conocimientos en el que los internautas nos perdemos en busca de un atisbo de luz. Esa biblioteca de Babel que Borges soñó, metáfora del Universo, ha dejado de iluminar para cegarnos. Creíamos que el infinito no se confundiría con un laberinto. La Red es un caos.
Por lo tanto, si la memoria, la experiencia y el saber de la tribu han sido relegados a un cerebro electrónico: ¿para qué sirve un sabio? ¿Qué diferencia existe entre un hombre con conocimientos y un lego que ha adquirido cierta notoriedad y es seguido por miles de personas? Los nuevos gurús, como todos sabemos, son adolescentes o idiotas. Los nuevos ídolos de masas son youtubers que no tienen mucho que decir, que no saben hacer nada trascendente, pero que han logrado hacer de su ignorancia la metáfora viviente de nuestra instantaneidad. Son divertidos, hacen pasar el rato y, de este modo, atrapan a sus seguidores. ¿Qué hay más importante que ser feliz aquí y ahora, dejar de pensar, divertirse y no preocuparse de nada? Quizá esa sea el signo de este nuevo mundo sin memoria ni pasado, un tiempo amnésico, anclado en el presente, en la inmediatez: poetas que no cantan antiguas epopeyas, letras banales que aspiran a hacer mover el esqueleto, sabios juveniles que no saben nada, monumentos a dioses muertos, fotografías del presente que serán descartadas por más fotografías en una hora, quizá en minutos. Programas de cocina, de baile, de citas, tertulias en las que se debate sobre la última novia de un famosillo. Cada día tomamos una nueva foto de nuestro rostro y así, de algún modo, creemos burlar el paso de tiempo, hacer de lo momentáneo una máscara. Fotografías que se exponen para mostrar al mundo que somos extremadamente dichosos. Que estamos comiendo un helado en la playa. No prestamos atención al mar sino al móvil, a la cámara, a la red social. Hay ya redes sociales que eliminan las fotografías que en ella se suben en cuestión de horas. Fugacidad. La historia suele repetirse porque la olvidamos. Pero es posible que algún día acabemos encerrados en un bucle, en un eterno presente sin memoria. Sin pasado al que volver la mirada y también sin un futuro al que asomarnos en busca de objetivos o sueños. Creo que un día desaparecerán los libros de historia. A quién le va a interesar el pasado si tan solo hay presente. ¿Y el futuro?
Si el sabio ha muerto, también habrá que asesinar al clarividente, al Tiresias de la ciencia y del conocimiento, al que se atreva a escudriñar el futuro, el progreso, a aquel que nos abre los ojos más allá de nosotros mismos y de nuestra cotidianidad. La muerte también está dejando de existir, al igual que la vejez, al igual que la fealdad. Cuando descubramos que no todo es bello ni imperecedero quizá comprendamos que también es todo un simulacro. Pero es posible que lo descubramos demasiado tarde.




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