Para completar la nómina de
cuentistas universales formada por Chejov, Maupassant, Poe, Borges y Cortázar
habría que acudir a las letras niponas y visitar la obra de Ryunosuke Akutagawa (1892-1927). Como hicieron
sus compatriotas Mishima y el premio Nobel Kawabata, Akutagawa abandonó su
existencia por medio del suicidio, lo que no impidió que nos dejara una extensa
obra narrativa formada por unos doscientos relatos y alguna novela corta. Su
fama inicial es debida al cineasta Kurosawa, que basó su celebérrima cinta
Rahomon en dos de sus primeros relatos.
Fue traducido al español por
primera vez en 1956, el mismo año en el que Borges y Bioy lo incluyeron en su
antología Los mejores cuentos policiales.
Vasta es la producción de
Akutagawa, pero en este volumen titulado El
mago. Trece cuentos japoneses (Editorial Candaya, 2012) es fácil realizar
un diagnóstico de su versatilidad estilística y variedad temática. Porque, a
pesar de la multitud de asuntos y preocupaciones en la obra de Akutagawa, una
única y aguda mirada tamiza, con su voz original y resonante, todo el conjunto, otorgándole cierta homogeneidad.
Hay en la prosa del autor japonés
cierto minimalismo, característico de la literatura oriental, que fija su
atención en los matices más sutiles de las cosas. En el relato Mandarinas apreciamos
esa sensibilidad al atrapar un instante, la imagen de las mandarinas en el aire
que son lanzadas desde un tren, que basta al narrador para cambiar su
percepción de la vida. Una forma de fotografiar, a través de las palabras,
imágenes de arrolladora fuerza simbólica y que nos remiten al mejor Kawabata.
También encontramos esa poética de lo efímero, el irrevocable y existencial
sentimiento del tempus fugis en el
relato El baile de Akiko cuando uno de los personajes observa el cielo y
pensando en la caducidad de la vida nos habla de ‘los fuegos artificiales que
se asemejan tanto a la vie humana’.
Otras veces se aproxima Akutagawa
al mundo de la fábula y la personificación para ejemplificar facetas recónditas
del alma humana. En el cuento Blanco nos sitúa en la piel de un bondadoso can
cuyas vicisitudes no dejan de ser las nuestras. Reescribe igualmente la fábula
de Esopo, El pavo real, y la reviste de sarcasmo y cruda realidad. El breve
relato titulado La hembra nos traslada a un curioso episodio protagonizado por
una araña y su destino animal de supervivencia, símbolo evidente de nuestra
propia humanidad más primitiva y precaria.
Muchos personajes de estas
historias viven acosados por la culpa, la deuda moral, el sacrifico y la
renuncia a la felicidad personal en pos de un bien mayor. Hay cierta bondad soterrada, a pesar de la nostalgia y
tristeza de algunos pasajes, que parece querer surgir y erigirse como símbolo
de algo más grande y poderoso. En El Cristo de Nanking, una joven prostituta
sacrifica su vida al pecado y a la enfermedad para poder alimentar a su
familia. Igual ocurre en Crónica de una deuda liquidada, sarcástico y
polifónico juego de identidades y equívocos que parece hablarnos del honor, la
familia y la culpa en un divertido enredo picaresco. El mismo asunto recorre las páginas de Otoño,
hermoso cuento de sentimientos prohibidos y ocultados, en una relación
imposible cuyo triángulo perfilan dos hermanas y un primo. Otra vez aquí,
Akutagawa se asoma al profundo pozo de un amor crepuscular, con la renuncia a
la felicidad personal y la aceptación de un destino gris como telón de fondo.
Los personajes que deambulan por
estas dispares historias parecen sumidos en un destino inevitable y triste.
Agotados, hastiados y enfrentados a una existencia desprovista de esperanza.
Pero difícilmente se puede
escanear en este breve mosaico la compleja obra de un autor que deslumbra por
su variedad de registros. También hay espacio para un simbolismo más profundo,
que roza lo fantástico y lo trágico. Me refiero a la pieza Pantano, pequeña
narración en la que de forma lírica y onírica se construye un soliloquio que
transcurre entre la vida y la muerte, entre la añoranza, la melancolía y el
deseo de pertenecer esa latitud oscura, saltar al místico pantano ‘donde me aguarda ese mundo
fabuloso’. O el cuento que da nombre al libro y que no es otra cosa que la
recreación de una historia oriental en clave alegórica y fabulosa que nos
sustrae al mundo del esoterismo oriental.
En definitiva, una antología deliciosa, repleta de belleza estilística,
de profundidad, de armonía y variedad, en la que los temas no se agotan, sino
que se superponen y se complementan para forman un mosaico multiforme y rico
capaz de fascinar a los mejores lectores.
Si no conocen la obra de este samurái de las letras ya puedes comenzar
a leer algunos de sus cuentos.
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