PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO LIBROS, LA OPINIÓN 24 OCTUBRE 2015

¿Qué es la memoria? Esta es quizá la pregunta que más veces se ha hecho la literatura, de un modo u otro. Desde Proust, se ha dicho, la memoria se ha constituido como la gran protagonista de la literatura. Aunque todos los personajes, desde Homero, han mantenido una relación con su biografía y su pasado a través de los recuerdos. La memoria, al fin, no es otra cosa que la constatación de una identidad, que en busca de ser unitaria, acaba por condensarse en imágenes, frases, sensaciones pasadas.
Borges decía en un cuento que ‘La memoria del hombre no es una suma; es un
desorden de posibilidades indefinidas’. Es decir, está construida también
de todo aquello que hemos olvidado. Y en definitiva no es otra cosa que aquello
que creemos haber vivido, que recordamos defectuosamente y que no hemos vivido.
Los hechos reales, al ser traducidos por la operación de la memoria, son
distorsionados, reescritos, vueltos a elaborar en un desorden de posibilidades indefinidas.
En El rastro Ramón Gómez de la Serna hace recuento de todas y cada una
de las experiencias que el madrileño lugar le suscita. Entre estas estampas, el
más melancólico, triste y memorable pasaje es aquel que dedica a los objetos
que no se vuelven a ver. Porque en el Rastro, lugar de mudanza, de paso para
maniquíes, libros y cacharros, nada es eterno. Todo desaparece, todo es póstumo
y nuevo al mismo tiempo. Todo lo cubre el olvido antes de ser presencia. Dice
Ramón, con nostalgia: ‘De todas esas
cosas desaparecidas quedan en uno espectros precisos…’ Esos espectros son
la memoria desfigurada, el recuerdo ectoplasmático de la imagen que el objeto
imprimió en nosotros.
Los recuerdos son fantasmas de
momentos y personas que habitaron nuestro pasado.
La memoria es una gran impostora.
Inventa una vida para darle sentido a nuestra biografía. Es impostura. Por eso
aquel título vila-matiano de una antología de cuentos, Recuerdos inventados, es ya de por sí un pleonasmo. Porque todo recuerdo es una invención. Y la
literatura, como caja de resonancia de la memoria es una amplificación en sí
misma, una vuelta de tuerca al juego de fabricaciones de la memoria.
Todo recuerdo es una ficción.
Inventamos nuestra vida a través de la memoria. Es decir, vivimos en un mundo
codificado por nuestros –falsos- recuerdos. Somos seres de ficción en tanto y
cuanto nuestra memoria es una mixtificación. Sin contar los sueños que nos
contaminan, las ficciones novelescas y televisivas. O los relatos que nos
comunican terceros, anécdotas distorsionadas por ellos, que más tarde serán
transformadas por nosotros en otra cosa. La historia se puede entender como ese juego infantil del
teléfono roto, que comienza con un argumento y, tras pasar por el tiempo y
varias personas, acaba alejándose hasta no tener nada que ver con la versión
original.
Nuestra memoria es ese teléfono
roto que nos hace recordar una historia que jamás ocurrió de esa manera, que
nada tiene que ver con la realidad. Somos seres que recuerdan, es decir, que
viven una mentira continua, una verdadera ficción.
PEDRO PUJANTE
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