Cuando se habla de literatura de
ciencia ficción y de viajes en el tiempo, siempre se toma como punto de partida
la novela de H.G. Wells The Time Machine
(1895). Evidentemente es la primera obra de corte científico que presupone un
aparato tecnológicamente avanzado que sirve para transportarse de una época a
otra. Una novela fascinante, de hecho, que es capaz de dibujar un futuro
extraño en el que la humanidad se ha dividido en dos razas, haciendo de paso
una alegoría extrema de las diferencias sociales.
Sin embargo, muy pocos saben que,
con toda probabilidad, la primera pieza literaria que habló de máquinas capaces
de viajar en el tiempo se la debemos un español, Enrique Gaspar y Rimbau (1842-1902).
El Anacronópete, de 1887, fue escrita
ocho años antes que la nouvelle de Wells. En esta narración de Gaspar y Rimbau,
la máquina es tan solo la excusa accesoria para proponer viajes en el tiempo, a
épocas y lugares exóticos (por ejemplo la China del siglo III, Pompeya cuando
la erupción del Vesubio o el Diluvio Universal), y así hacer que el relato
novelesco sea ágil, divertido. Las apreciaciones técnicas con las que sustenta
el prodigio del aparato son bastante incongruentes y para nada científicas.
Pero, estamos hablando de literatura y no de ciencia.
Independientemente de las
intenciones de cada autor, y de la calidad o transcendencia de una obra y otra,
no cabe duda de que España inventó la máquina del tiempo antes que Inglaterra.
Y creo yo que no está mal recordarlo en estos tiempos tan anclados en el
presente.


No hay comentarios:
Publicar un comentario
DEJA AQUÍ TU COMENTARIO