
Eduardo Halfon es una de esas
voces que cada vez tiene más repercusión en nuestro país. Su nombre resuena en
los medios y ha sido reconocido con prestigiosos premios como el Roger Caillois
de Literatura latinoamericana.
Ahora se recupera esta nouvelle
de 2003, de la mano de la genial editorial Jekyll & Jill, que además de
apostar por voces divergentes y alejadas del trivial establishment, realiza con
los libros prodigiosas artesanías. En este caso, la edición de este librito,
sobrio, con tapas de cartón negro, letras doradas y una faja decorativa, es una
serie limitada de 1000 ejemplares, una delicia para coleccionistas.

Con la voz desgarrada por el
reproche, un grito contenido, el narrador increpa a su difunto padre, quien,
según escuchamos, jamás actuó como tal. Escuchamos, sí, porque el libro, a
medida que entramos en él, se transforma en una voz que parece surgir de una
polifonía fantasmal, a medio camino de la vida y el tiempo. Escuchamos el
estertor de un Kafka guatemalteco –desvalido, también renuente a su judeidad,
también desoído como escritor–recriminando a su padre haber sido un gigante
insensible hacia su mundo interior. Pero, el libro es además una suerte de
catálogo de escritores suicidas, que recuerda a los extraños, libérrimos y
balbuceantes inventarios de David Markson. Así, encontraremos los relatos
anecdóticos de los suicidios de Hemingway, Kawabata, Mishima, Alfonsina Storni,
Virginia Woolf, Crane, Edouard Levé, Celan, Tralk o Zweig, y otros más, que
jalonan esta suerte de carta abierta a un padre que jamás la leerá.
La relación entre la muerte
suicida y el hueco que deja el padre. Los huérfanos existenciales abocados a
borrarse de la existencia. El narrador parece resumir en sí mismo todas y cada
una de las voces de esos escritores suicidas y las ausencias paternas que
padecieron. Como un caleidoscópico ser que recoge otras existencias para
justificar así la suya. Recuento de otras voces moribundas para así exorcizar
la propia melancolía de sobrevivir y matar al padre que, metafórica y
existencialmente, le ha matado a él. En las últimas páginas, la misiva se irán
cerrando, cercando al progenitor con preguntas sin respuesta, declarando que
también él se ha convertido en un ser impasible, lleno de voces a las que no
teme, que le acompañan siempre, “Y aquí
están todas, reunidas, por fin en silencio. Esperándome”.
Lectura intensa.
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