Los artefactos narrativos de Javier Moreno se han caracterizado por un realismo expresionista, una cuidada prosa al servicio de la inteligencia y una capacidad inusual para convertir relatos de aparente trivialidad en piezas de arte contemporáneo, cuyo significado es siempre múltiple, abierto y en constante diálogo con el lector. Estos cuentos aquí reunidos también participan de las características habituales que Moreno ha logrado imprimir en sus novelas anteriores: ironía brutal, una lúcida mirada con la que analiza la sociedad en la que vivimos, además de un estilo hipercorrecto con el que se disfruta con el simple y mecánico hecho de leer.

Son diversos los argumentos, pero
en general se puede hacer una lectura transversal que los unifique. En cada uno
de estos cuentos encontraremos la incapacidad cada vez más acuciante de
comunicarnos entre nosotros, lo que en el fondo, deviene en una falta de
comprensión de nosotros mismos. Y sobre todo, la sensación de que estos actores
librescos tratan de luchar sin demasiado éxito contra sus contrariedades, en
entornos habituales pero que las circunstancias los vuelven inhóspitos. La
crónica de un accidente anunciado, los avatares de unos niños que juegan bajo
la desatenta de sus padres, un coche fúnebre que se empeña en celebrar una
carrera de velocidad, un premio que recuerda la Fábrica de chocolate de Burton pero en versión beckettiana o las
enigmáticas y bellas vampiresas que celebran la muerte capturándola en selfies
macabros.
La muerte, de hecho, está también
presente en algunos de los cuentos. Es curioso el relato “Gota de ámbar”, en el
que todo es insinuado y terroríficamente banal; “El arquitecto y la modelo”,
una pieza en la que un artista trata de atrapar la efímera arquitectura del
cuerpo femenino hasta que él mismo queda atrapado en la nefasta construcción
del amor; o “Phoenix”, un texto semiepistolar, que nos habla de un sistema
mediante el cual se puede mantener comunicación con tus seres queridos tras la
muerte.
Moreno reactualiza el presente y
convoca la propia realidad para desplegar un mosaico en el que los resquicios
más atávicos del ser humano y la hipertecnificación más acuciante se imbrican,
convirtiendo nuestra sociedad (la que Moreno presenta) en un selfie desdichado
de cada uno de nosotros. Breves textos, que al modo de apps diseñadas por un filósofo tratasen de ordenar el caos de un mundo
abocado a la desgracia.
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