Ayer, en una cafetería, escuché
fragmentos de una curiosa conversación entre dos hombres de avanzada edad.
Hablaban, en ese tono sentencioso que caracteriza las charlas de barra de bar,
de las series de televisión que están tan de moda, de la posibilidad de adaptar
las novelas de Marcial Lafuente Estefanía (¡Mira tú si habrá ahí muchos y buenos
argumentos para hacer buenos capítulos!), y de lo desaprovechada que está
Almería, con esos escenarios naturales para rodar una posible serie televisiva
sobre “indios y vaqueros” (hubo una referencia a “Águila Roja”, como un claro ejemplo
patrio). Reivindicaban, en resumen, el género wéstern, quizá porque no conocían
la estupenda serie “Westworld”, quizá sí, no sé. Pero en todo caso, lo curioso
de esta anécdota es el cambio de paradigma social, la serie televisiva como
material cultural en activo, como continuación de aquellas novelitas del Oeste,
como tema de conversación entre gente mayor, y en definitiva, como nueva forma
de entender nuestro presente. Me llamó la atención esa manera de contemplar los
productos de entretenimiento con nuevo ojos, la facilidad que hay, quizá de
forma natural, para enlazar tradición y modernidad, conectar nostalgia de un pasado ya extinto con
nuevos discursos audiovisuales que funcionan muy diferente a los de hace medio
siglo. En el fondo, lo que hacían (aunque de un modo intuitivo y especulativo)
estos dos señores no era otra cosa que lo que llevan haciendo toda la vida los
productores de cine y televisión: revisitar los clásicos, adaptar obras
canónicas (las piezas de Shakespeare) a nuevos formatos más populares
(blockbusters); o la inversa: discursos populares (novelitas de pistoleros,
cuentos de hadas, relatos bíblicos) a discursos cultos (sofisticadas series de
televisión, novelas experimentales…).
La cultura es una sucesión de reinterpretaciones, que en
cada época trata de reflejar la realidad sin perder el pie en el futuro,
tratando de encarnar una modernidad siempre salvaje, pero apoyándose en el
sólido basamento del pasado. Porque no hay relato que no hunda sus raíces en la
tradición. Como decía Eugenio d’Ors, lo que no es tradición es plagio. Estos
dos señores es posible que no se hayan dado cuenta de que la batalla entre
indios y pistoleros no ha cesado nunca. Solo que los cineastas han cambiado a
indios por marcianos o por vietnamitas, y los valientes cowboys ahora pilotan
naves espaciales u otros vehículos menos equinos. En cualquier caso, si dos
pensionistas hablan, mientras toman un café, sobre la posibilidad de rescatar
un clásico, de series de televisión y de Almería como escenario, es evidente
que la cultura sigue viva, aunque metamorfoseada y a veces irreconocible.
las series netflix van a terminar remplazando a la television, una variedad increible y bien producidas
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