La argentina editorial Mansalva hace dos meses publicó el
último libro de César Aira: El presidente
(abril 2019). Antes de ponerme a
leerlo, con la paradójica mezcla de curiosidad y cansancio que me instiga cada
vez que tengo en mis manos un nuevo libro de Aira, me pregunto: ¿de cuántos
ejemplares constará esta edición? En otras ocasiones, al final del libro se señalaba,
solían ser 1000 unidades, una cifra que siempre me ha parecido baja tratándose
de este escritor, quizá el más conocido de la Argentina actual, aunque
posiblemente no el más leído. ¿Será porque su literatura no es comercial? ¿O
porque así, editando en pequeñas remesas, se evita masificar una literatura que
se sabe de antemano de culto, minoritaria?
De esa tirada de, supongamos, 1000 ejemplares, ¿cuántos
habrán volado hasta España? Y de los aterrizados en España, ¿cuántos se habrán
comprado en Murcia? Dos, tres, uno, quince, treinta. Sospecho que pocos, quizá
hasta este que tengo en mis manos sea el primero en ser leído por un murciano. ¿Seré
el único lector de Aira en mi barrio? Ni siquiera la camarera de la cafetería,
que es argentina, de Rosario, conoce a un tal César Aira. El libro me ha costado 20 euros. Pero, estoy convencido,
en cosa de 2 años será un “inencontrable” y se podrá pedir por él el doble o el
triple. Si me espero unos 10 años, Aira ya será un ancianito que no puede
escribir más o que se ha desintegrado en gotas para pasar a formar parte del
cosmos, y el libro habrá adquirido la categoría de pieza de museo y podré pedir
por él 1000 euros o más. Si lo aguanto hasta hacerme viejo yo hasta podría
hacerme millonario con él. Es posible que los lectores de Aira, por ese
entonces distópico, se hayan convertido en una secta (los aireanos tiene nombre de culto místico, qué duda cabe) y su
misión sea una suerte de evangelización inversa, consistente en buscar y
recoger todos los libros del autor, crear una biblioteca total que contenga todas
y cada una de sus publicaciones para construir un templo en su honor. Todo
aireano intuye que recopilar todas las novelitas de su dios es una tarea
titánica, casi infinita, un deseo espiritual más que una realidad. Incluso hoy,
sus humildes lectores, que cada vez son más, aunque siempre minoritarios,
sueñan con poder leer todos sus libros. Conocer el total de su mensaje. No sé
si habrá alguien en el mundo que haya leído toda su obra. Al menos una vez. Leer
“todo Aira” se asemeja a la carrera de Aquiles y la tortuga, cuando has leído
el último libro se editan dos más, si lees dos, se publican tres, y así.
Pero volviendo a la especulación de un futuro
postaireano: mi reluciente ejemplar de El
presidente, una de las últimas piezas más cotizadas por su feligreses, será
objeto de culto, un santo grial que solamente tendré yo. Los demás se han
perdido, se han extraviado o los conservan bibliófilos celosos que jamás harán
públicos sus paraderos: (Vicente Luis Mora, tiene uno, seguro; Sandra Contreras,
también; Ariel Magnus, otro). Por haber publicado este texto delator me tendré
que esconder para que no me den caza los aireanos, me buscarán por todo el
mundo, para acabar conmigo y robarme el librito. También cabe la posibilidad de
que yo me haya convertido en miembro de esta extraña secta y que haya donado mi
ejemplar para la gran biblioteca, para completar el corpus aireano definitivo.
Quién sabe, el futuro es siempre un misterio. ¿En qué bando estarás tú, lector?
¿Serás aireano o agnóstico? ¿Serás un creyente de esta religión en la que la
realidad es un simulacro y todo evento puede ser tan absurdo como verosímil? El
futuro nos dará la respuesta.
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