La muerte tiene un precio, susurró Caronte.
C. E. fingiendo temor, midió su puño, con un nervio inusitado, agarró el revólver y apretó el gatillo sin inmutarse. El nefasto barquero del Infierno cayó de la barcaza y Clint Eastwood pudo llegar al otro lado, a su propia muerte sin un rasguño y gratis.
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