Cărtărescu en las jornadas Leteo |
Solenoide es una
novela compleja, ambiciosa, rizomática, la obra magna de Mircea Cărtărescu.
Estamos ante una enciclopedia vital y literaria que resume su biocosmos, su
filosofía literaria, y revela la poética tan particular que posee el autor
rumano para reescribir la realidad más trivial desde las lindes de la ficción
fantástica. En este sentido, Solenoide, como otras de sus anteriores
novelas –“REM”, Cegador, Lulu– solapa elementos extraídos de la realidad
gris de Bucarest (una ciudad mitificada por el autor y transformada en espacio
onírico-cósmico) y visiones alucinantes que escenifican un submundo
extraordinario poblado de seres monstruosos, museos de horrores, criaturas
deformes, cultos misteriosos y espacios indescriptibles llenos de cegadora
belleza, pero que se enclavan fuera de las coordenadas geográficas y
cronológicas de nuestro mundo. Esta
novela se puede leer como una autobiografía
imaginaria que participa del relato fantástico, el diario, la novela
realista –recordemos que recurre a episodios en los que la sociedad y el tiempo
histórico de la Bucarest comunista y postcomunista son reflejados con insólita
viveza– pero que, hibridando géneros, traspasa los límites de la mera obra para
construir un artefacto lúdico de invención inusitada. Lo grotesco y lo hermoso
conviven en la mente del autor. En efecto, es paradójico el contraste que se
establece entre la ruinosa arquitectura de Bucarest, una urbe gris, sucia y
vieja de que parece haber sido construida ya en su actual aspecto decadente,
según se reitera en numerosas ocasiones a lo largo de la novela, y la luminosa
vida interior que emana de la mente cósmica del narrador y que funciona como
puerta de acceso a ese mundo fantástico que existe paralelo al real.
Escrita en primera
persona, pero sin mencionar en ningún momento el nombre del
narrador-protagonista, suponemos que el héroe del relato encarna al autor, no
al autor biográfico pero sí un avatar ficcionalizado. De hecho, el propio
Cărtărescu ha aclarado en una entrevista al periódico ABC que “El personaje de
«Solenoide», en realidad, es el protagonista de mi vida imaginaria. Hasta los
veintidós años el narrador que aparece en el libro soy yo mismo, y a partir de
ese preciso momento se convierte en una persona completamente diferente a mí”. Es
decir, es un yo bifurcado. El narrador confiesa, en este sentido, que tan solo
ha escrito sobre sí mismo, que durante treinta años ha reunido un “estudio
completo sobre mi mundo interior, pues no alcanzo ni a imaginar haber escrito alguna vez sobre otra
cosa” (p. 41). En efecto, la novela se puede leer como una peculiar ucronía
autoficcional, una deriva autobiográfica del yo por un mundo paralelo
diferente al factual; y tan autoconsciente es el autor de esta paradoja que
incluso se plantea un improbable encuentro entre los dos yoes: el fracasado
narrador de esta ficción y el Cărtărescu extratextual, quien ha triunfado en su
carrera literaria y que, nosotros los lectores, asimilamos con el autor del
libro que estamos leyendo. David Roas y Ana Casa han examinado esta tipología
de doppelgänger en la literatura fantástica contemporánea, un tipo de doble que
lo que “encarna es una alternativa, como si la vida del personaje en cierto
momento se hubiera dividido en dos caminos que se habrían desarrollado independientemente”.
El narrador revela que en una ocasión tuvo la oportunidad de leer unos versos
en público de su poema La caída, pero el fracaso le impidió ser
escritor. De este modo, en el relato se reitera su condición de autor
frustrado, es decir, de no-escritor, proyectando una anti-identidad, una
realidad paralela y contrafactual en la que el fracaso temprano le hubiese
privado de una vida de gloria literaria. En definitiva, una realidad
alternativa, de la que duda constantemente, en la que se cuelan reflejos desde
el otro lado de esta realidad nuestra, un trayecto “por el cual avanzamos en la
telaraña de la vida, como en un sueño (…) y se transforma en historia, es decir,
en memoria”, mientras los sosias alternativos giran en otra dirección, que como
espectros “se nos revelarán en los espejos y en los sueños, los fantasmas con
nuestro rostro” (p. 471). No obstante, otros atributos personales se conservan
en el avatar de ficción y permiten establecer un juego de identificación entre
el narrador-protagonista y el autor: profesor de rumano en una escuela, su
apego a Bucarest, además de otras señales recurrentes en otros de sus libros y
que configuran su universo privado.
Los hilos de la
historia de este mediocre profesor se entrelazan con otras historias, con
libros maravillosos, como el manuscrito Voynich y con personajes
estrambóticos. La vida está descrita con gran realismo, lo que contrasta con
los episodios fantásticos, casi pertenecientes a lo maravilloso, según la
clasificación todoroviana. Además, la prosa del autor rumano empareja todos
estos elementos tan dispares con su habitual hálito de melancolía y tristeza,
que hacen de este “Evangelio, según Mircea” un libro conmovedor, místico y
complejo, que reverbera los textos de las religiones antiguas, Kafka, Arthur C.
Clarke o su compatriota Max Blecher.
El mundo
novelístico de Mircea Cărtărescu, en general, es una selva profusa, como el lenguaje que lo
describe, un entramado textual gótico y saturado de neologismos y referencias,
un universo de sedimentos biográficos, fantásticos, históricos, filosóficos, que describe (más bien funda) la ciudad de
Bucarest y por cuyo circuito de venas-avenidas viajan seres de otras
dimensiones que giran en espiral en torno al yo alucinado de su narrador. Un
libro despegado de lo terrenal, con un final apoteósico, que tiende a la
alegoría y que confirma a Cărtărescu como el último gran escritor onírico de
nuestra era.
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