El mundo nos resulta tan difícil
de comprender que nos inventamos historias para explicárnoslo. Es tal la
complejidad de la realidad en la que vivimos que la estructuramos mentalmente a
través del lenguaje. La palabra, en definitiva, es la herramienta con la que
damos forma a nuestra realidad. Leemos nuestro entorno e, invariablemente, lo
traducimos a palabras, a símbolos y códigos arbitrarios, lo convertimos en
palabras. El lenguaje del mundo es vasto e indescifrable, por eso hemos
inventado los idiomas: para simplificarlo, leerlo en una versión adaptada y así
comprenderlo.
Más misterioso aun es cómo hemos
llegado a elaborar el lenguaje poético, la retórica de la ficción y, a la
postre, las convenciones literarias. Cómo hemos construido toda una sociedad y
una cultura a partir de una hoguera primigenia y unos cuantos relatos
legendarios con los que dar sentido a la realidad. Nuestra sociedad es una
hoguera expandida en círculos concéntricos, una onda expansiva alrededor de un
fuego antiguo.
Es un misterio bello pero el hombre desde que
es niño configura su mundo con historias, aprende a relacionarse construyendo
una narrativa de la realidad. Como sabemos, desde el origen más remoto de
nuestra existencia, contar historias ha sido una actividad que nos ha acompañado
y que nos define. Hemos perfeccionado el relato, somos más sofisticados que los
habitantes de las cavernas de Atapuerca
y nuestras hogueras primigenias son ahora las novelas de Stephen King, performances vanguardistas y Netflix,
pero seguimos reuniéndonos alrededor de ellas con el mismo fervor que antaño.
No sabemos a ciencia cierta el
porcentaje de humanos que sienten la necesidad de convertirse en narradores
(cineastas, escritores o poetas), pero ellos son los hechiceros que siguen
alimentando la hoguera primigenia. Gracias a ellos se continúa la tradición
milenaria de contadores de historias y la gente puede soñar con islas
inventadas y enamorarse de seres inexistentes y abrazar un lenguaje que va más
allá del lenguaje. Los narradores son los Virgilios que guían al resto de los
mortales hacia el otro lado de la realidad, son los mensajeros entre este mundo
terrenal y el universo infinito de la ficción. Un mundo que no es antagónico a
este, sino que lo enriquece y lo carga de pleno sentido. La tarea del escritor
no es desvirtuar la realidad sino todo lo contrario: fortalecerla, reconstruirla
con símbolos más complejos y reformularla. En definitiva, los escritores de
ficción son los responsables de hacer comprensible lo insólito, dar forma a lo
incognoscible y articular una realidad que está más allá de esta realidad
prosaica nuestra. Vivir en la ficción es vivir dos veces.
No sabemos cómo será la literatura del futuro.
Precisamente porque se está gestando ahora, mientras el resto de los mortales
se dedica a sus tareas cotidianas. Legiones de contadores de historias pergeñan
ahora sus fantasías, construyen mundos en los que habremos de vivir
imaginariamente mañana. No sabemos, digo, cómo será la literatura del mañana:
si se seguirán publicando cuentos en papel, si la gente leerá novelas o se
conectará a una plataforma global a construir relatos comunitarios; si recitará
videopoemas en un aparato electrónico o si las biografías se traducirán a
imágenes tridimensionales. Pero tengo la firme certeza de que, de un modo u
otro, seguiremos escribiendo relatos para que este mundo sea un lugar mejor.
Tengo la certeza de que seguirá habiendo personas a las que les aguijoneará el
pálpito de la creación y no desatenderán la llamada.
Crearán y mantendrán viva la
llama del fuego primigenio.
ME HA GUSTADO MUCHO. "Nuestra sociedad es una hoguera expandida en círculos concéntricos, una onda expansiva alrededor de un fuego antiguo" Una idea especialmente sugerente para mí: el calor del fuego y su simbolismo;las personas reunidas compartiendo la memoria y la vida, "encendidas" por la emoción...Tambien me encanta el significado que das a la función del escritor y de la escritura. Muy bello texto Pedro. Cargado de esperanza y de luz en la palabra escrita. Gracias.
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