Por Pedro Diego Gil López
Esta obra está edificada hacia lo alto de la literatura con una colección
de sólidos artículos, que inciden en los motivos que tiene la ficción literaria
para profundizar en la realidad de una forma amena y coherente.
Pedro nos muestra un complejo edificio lleno de interesantes cuestiones.
Primero propone que nos asombremos contemplando la fachada desde la calle de la
realidad que compartimos, decorada con hermosos frisos del mundo clásico,
llenos de héroes que han ido forjando la historia. Luego, nos invita
amablemente a entrar en la gran pirámide de la cultura, informándonos de que en
sus muchas habitaciones viven todo tipo de escritores. Una vez en el hall,
decorado con el buen gusto que tienen las novelas negras para crear tétricos
ambientes, nos deja libres para elegir por dónde continuar la visita. Desde la
curiosidad que propone su lectura, nos deja libres en un espacio donde desatar
nuestras emociones. Podemos elegir descender a los infiernos de la mano de
Orfeo, acompañando a Teseo, siguiendo los pasos de Gilgamesh, o quedarnos en el
interior del laberinto de la planta baja, donde el plagio obsesivo oculta la
salida, y sólo encontrando a Borges nos liberaremos de las trampas que
encierra. Desde la crítica literaria, Pedro nos da la opción de ascender a las
plantas superiores con el poder de la palabra, a través de una escalera donde
nos abordarán complejos y síndromes enraizados en las mentes de variopintos
personajes. Los rellanos de la escalera están ocupados por auténticos mitos,
colocados adrede para que nos asalten y nos roben los recuerdos. Hay pasillos
por los que circulan robots que ponen a prueba la supremacía del ser humano
sobre la inteligencia artificial, y que nos incitan a entrar en salas
asombrosas, donde se nos enseña un futuro lleno de excitante ficción a través
de lecturas infinitas. La propia edificación, propone a veces iniciar una
escritura enfermiza, donde pueden aparecer males que se adentran en la mente,
como el mal de Montano. Por eso siempre hay que tener mucho cuidado con aquello
que se lee, la conjura de las letras es muy peligrosa, y el edificio que ha
construido Pujante para nosotros, está lleno de novelas que pueden
secuestrarnos, hipnotizarnos, incluso, extraviarnos en ciudades donde se
comenten crímenes de todo tipo. El recorrido que ha planificado Pedro por las
páginas de la obra, la invención de la realidad, está repleto de bibliotecas
interesadas en asaltar al lector, con vocecitas que lo primero que te cuentan
es un buen chiste de humor negro. Por eso hay que tener mucho cuidado con
tropezarte con Hamlet, porque al preguntarte tú mismo si este príncipe está
loco o no lo está, Shakespeare te puede atrapar para que seas otro personaje
más de su maravilloso teatro. Pedro te aconsejará con insistencia que entres en
la habitación de Rayuela (Yo también te lo aconsejo) porque mitificar obras
literarias es reducir demasiado el espectro reseñable de un mundo que debe
estar abierto a todas las novedades, novedades o viento fresco que hacen
levantar ancla de los viejos puertos, para que nunca deje de zarpar el gran
barco de la creatividad, y conseguir que nunca muera la novela. Así seguiremos
dedicándole el protagonismo a la mujer amada, al hombre amado, aunque ni ésta
ni éste existan y haya que inventarlos. Sin duda nos ayudaran los héroes, a
veces criaturas incomprendidas, que luchan contra todo tipo de males, actuando
valerosamente o simplemente quedándose quietos sin hacer nada. De este modo tan
ameno, acompañando a Don Quijote, se llega a la tercera planta, donde tiene la
sede una agencia de viajes que vende billetes de avión, para viajar de un libro
a otro, a través de esos agujeros de gusano que procura toda exitosa narración.
Aparecen hábiles escritores que comunican con su magia unas historias con
otras, sorprendentemente, cumpliendo con el ansia del lector de llegar siempre
más allá de la última hoja, de ese final que se queda en el aire, cuando
termina una buena historia.
Uno de los agentes preferidos de Pedro, Vilas-Matas, está dispuesto a
espiarnos para saber cuáles son nuestras preferencias, que te interrogará sin
piedad y te formulará la pregunta siguiente: ¿Tú que libro eres? Una buenísima
pregunta, sí señor, le dije yo, cuando me lo encontré leyendo la obra, se
debería preguntar siempre eso mismo, antes de empezar a hablar con alguien
desconocido. Después de darle una buena respuesta, valorará nuestra sagacidad
de lector y nos hará una oferta irresistible, viajar por el tiempo.
Bueno, ya tenemos viaje, es hora de seguir subiendo. En la cuarta planta,
_esto puede ser un sueño_, me encontré tirado por el suelo un libro con el
título La realidad ha muerto. Leo en la sinopsis que a la realidad la mató lo
virtual, de ahí que haya que resucitarla, inventarla de nuevo, saber que hay
algo tangible, poderoso y absorbente donde adentrarnos. Tal vez por eso, Pedro
insiste en su obra en señalar que el lector y el escritor se deben dar la mano
a menudo. Pues nada, hay que ir a ello, a buscar a ese escritor para sacarlo de
su caverna. Subo a la quinta, y ¡sorpresa!, ya he encontrado a uno, al
mismísimo Pedro Pujante. El tío está como ausente y yo con su libro en la mano,
instante en el cual lo llaman por teléfono y se larga rápidamente,
desapareciendo por las escaleras. ¡Ya te firmaré el libro en otra ocasión,
perdona! Le oigo exclamar, ya en las profundidades del edificio. Siempre
tenemos un doble nuestro en el otro lado del mundo, reza un cartelito junto al
número cinco, pero no hago caso y entro. Ver a mi doble sería una pasada, en la
literatura es un tema recurrente, como bien indica Pujante; siempre aparece el
que quiere ser y el que no desea ser como es, el que ama y el que odia, el
experto y el inexperto. Pero recordando esa maldición que dice: el que ve a su
doble es que va a morir, abandono la planta y sigo ascendiendo. Después de
subir tantas escaleras, en la primera habitación de la sexta, un gran sofá me
propone que me tire en él. Placentero es hacerlo, recostarte cuan largo eres, y
casi me quedo durmiendo en ese trance. Sin duda lo más parecido a soñar es leer
y lo más parecido a leer es soñar, ¡qué placentero es estar rodeado de ricos
sueños y buenos libros! Y seguir viviendo bien despierto, acumulando nuevas
experiencias cada vez más reales. Abro la puerta de una gran sala cuyas paredes
están pintadas con letras. Son las primeras frases de grandes novelas, el cebo
que debe ocultar el anzuelo, pendiendo del invisible hilo de pescar, que la
caña del escritor sostiene en la orilla de su inventiva. En el centro hay una
escalera de hierro en forma de espiral que asciende a una trampilla. Subo, la
abro y accedo hasta la azotea de este edificio literario que Pedro a construido
para el deleite de sus lectores. Desde allí podemos ver que no somos lo que
éramos, ni lo que fuimos, y que sólo se nos ve en un paisaje donde únicamente
hemos sabido guardar nuestra apariencia. Puede que ese sea el inquietante
mensaje que nos deja esta obra.
En lo más alto de la construcción, se ve una veleta con los cuatro rumbos.
Éste es un buen libro para guiarte con tu curiosidad como nave, por los territorios
y mares que hay entre la ficción y la realidad que moldea la literatura, para
poder llegar a lugares increíbles, donde los límites entre lo real y lo
imaginario no existen.
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