sábado, 22 de julio de 2023

ARTES MARCIALES Y CIENCIA FICCIÓN. EL KI: LA ENERGÍA QUE MANTIENE UNIDA LA GALAXIA

PUBLICADO ORIGINALMENTE EN "EL BUDOKA" Nº 73, página 69.

La primera película que me viene a la cabeza cuando pienso en ciencia ficción es La guerra de la galaxias (1977). No está mal recordar que su creador, George Lucas, se inspiró en una película de samuráis, La Fortaleza Escondida (1958), de Akira Kurosawa, para crear su conocida franquicia. En Star Wars abundan los enfrentamientos marciales, combates cuerpo a cuerpo protagonizados por guerreros dotados de una energía “sobrenatural”. La “fuerza”, una suerte de energía interior que atesoraban algunos afortunados personajes, se correspondería con esa energía (“chi”, para los chinos; “ki”, para los japoneses) que se cultiva en ciertas artes marciales. Según explica el propio Obi-Wan Kenobi en algún momento la fuerza es “es lo que le da al Jedi su poder. Es un campo de energía creado por todas las cosas vivientes. Nos rodea, nos penetra, y mantiene unida la galaxia”. De un modo análogo explicaba O Sensei Ueshiba, fundador del Aikido, que cuando entendió “la naturaleza real del Universo a través del budo vio claramente que los seres humanos deben unir mente y cuerpo y el Ki que conecta los dos, y entonces alcanzar la armonía con la actividad de todas las cosas en el universo” .
Para los luchadores de artes marciales tradicionales como el karate o el kung-fu hay, a grandes rasgos, dos tipos de trabajo: el interno y el externo. El trabajo externo es el físico y se asocia más a lo duro. El interno hace referencia a lo suave y a la faceta espiritual (meditativa), aunque tiene una clara conexión con el trabajo físico externo: a través de la respiración, la concentración, el control mental, la focalización plena… En Star Wars la “fuerza” es de carácter sobrenatural. Una energía que brota en guerreros que han alcanzado un nivel superior de consciencia. Hay, como en las artes marciales tradicionales, una conexión entre el poder de la mente (o el espíritu) y la fortaleza física. De un modo más evidente podemos ver también cómo el protagonista de “Dragon Ball”, Son Goku, un extraterrestre que posee poderes, es capaz de concentrar su energía y convertirla en una esfera arrojadiza, al igual que hacen Ken o Ryu del juego Street Fighters, con su conocida Hadōken. Una metáfora de la fuerza o energía que los artistas marciales tratan de alcanzar con su práctica diaria. No son pocas las películas de ciencia ficción que han mostrado escenas de acción y lucha a través de coreografías de artes marciales más o menos sofisticadas. Ya sea mediante mano vacía o con armas blancas: espadas, lanzamiento de objetos y otros artefactos. El binomio artes marciales y ciencia ficción también ha sido productivo en videojuegos, algunos famosos como Mortal Kombat, del que devinieron también una serie de películas. Aquí luchadores sobrenaturales y extraterrestres se enfrentan en un torneo en el que se juegan el poder sobre la Tierra. También el conocido actor Nicolas Cage ha incursionado en este subgénero de la ciencia ficción marcial con el mediocre film de 2020 Jiu Justu. Se trata de un cruce entre Depredador y El ninja americano, en el que un extraterrestre baja a la Tierra cada seis años a enfrentarse en un combate cuerpo a cuerpo contra una orden de sacerdotes guerreros. Quizá la pieza más icónica del cine del nuevo milenio, en la que ciencia ficción y artes marciales confluyen, sea The Matrix (1999). En ella su protagonista, Neo, debe aprender artes marciales a través de un simulador virtual para poder enfrentarse contra los programas informáticos que amenazan a los humanos. En menos de un minuto la computadora ha logrado cargar en su cerebro los conocimientos necesarios para ejecutar con maestría técnicas que una persona en el mundo físico necesitaría décadas. A los pocos segundos Neo susurra: “Ya sé kung fu”. A lo que Morfeo le responde: “Demuéstralo”. Y comienzan un combate, al más puro estilo ochentero de películas chinas de kung fu (saltos en el aire incluidos), dentro de un programa de sparring que prepara a Neo para sus futuras incursiones en Matrix. También en Dune existía el Prana-

Bindu, una técnica que consistía en un adiestramiento físico y mental que consideraba a todos los músculos y los nervios del cuerpo como una sola unidad. En definitiva, en el Prana-Bindu se resume gran parte de la filosofía y metodología que orientan a las artes marciales: trabajar el cuerpo y la mente de forma unitaria, como si fueran una sola. Para así, poder adquirir mayor consciencia de nosotros mismos y potenciar nuestras capacidades, tanto físicas como psíquicas a la hora de entrenar nuestros cuerpos para un combate. La ciencia ficción dibuja el futuro, mientras que las artes marciales se anclan en una tradición que nos remite a un pasado ancestral. No obstante, el hombre, varado en el presente, trata de dar forma a su realidad a través de distintas formas artísticas y expresiones corporales. Estos dos ámbitos culturales, tan dispares y tan opuestos, tienen un punto en común. Y ese nexo de unión es nuestro cuerpo y nuestra mente. El conocimiento ancestral de técnicas de lucha y control mental, además de hacernos más fuertes para luchar contra posibles adversarios, también nos ayuda a vislumbrar el futuro para así comprenderlo mejor. La ciencia ficción nos muestra cómo podría ser ese futuro y nos prepara para él. Tal vez sea necesario reflexionar y tratar de conectar nuestros conocimientos más antiguos con las visiones más futuristas de nuestra sociedad para vivir de un modo más consciente nuestro presente.

martes, 12 de abril de 2022

RESEÑA DE ERIC LUNA: "FLORES ELÉCTRICAS PARA KISURI ES UNA PELI DE TERROR ORIENTAL CON ECOS DE TRIER, GASPAR NOÉ Y DAVID LYNCH"

 

· 


Últimamente vengo teniendo poco apetito de realismo (va por épocas), así que el último libro de Pedro Pujante llegó en el momento justo. No lo he leído del tirón porque no es un libro para leer del tirón: no está escrito con esa idea, creo yo. Y como me estaba gustando bastante, le dije al autor que escribiría algo sobre 'Flores eléctricas...' cuando lo terminara. Así que, ahí va:

'Flores eléctricas para Kisuri' es una peli de terror oriental. Más que una peli, un anime. Te puedes imaginar este libro convertido en anime perfectamente. Empieza siendo una pesadilla sádica y distópica. Hay escenas al comienzo de la obra que (a mí) me evocaban a Von Trier o a Gaspar Noé. Vamos, que se me hizo un poco durillo al principio, pero más adelante entiendes que el autor quería meternos en harina desde la primera página y que todo lo que ocurre al principio está ahí para justificar lo que él quiere que sintamos acerca de uno de los personajes: Ryuto.

En realidad, luego se vuelve todo más surrealista, más propio de David Lynch. Y, a partir de ahí, se desarrolla toda una mitología propia alrededor de la idea de La Residencia, que me parece una de las ideas más originales del libro.

Me gusta mucho cómo maneja Pedro la intriga en este libro, porque (como he dicho) aunque éste no parece un libro pensado para devorar páginas, la intriga por saber más acerca de los personajes y de sus circunstancias es lo que tira del lector hacia adelante y le obliga a no apartar la mirada y seguir leyendo.

Mención aparte merece la narración que, aunque se prodiga en metáforas y alegorías que a veces opacan un poco los acontecimientos de la trama, el modo en que está narrado apuntala maravillosamente la atmósfera onírica que esta historia demanda. De hecho, por eso este libro no es de lectura rápida: está plagado de frases que son disparadores para la imaginación. Vamos, que encuentras líneas aquí que, en sí mismas, ya cuentan toda una historia.

En definitiva este libro es un nuevo experimento de Pedro Pujante acerca del tema del otro, del doppelgänger, pero esta vez situado en un contexto y narrado en un lenguaje en el que este autor no nos tiene tan acostumbrados.

Si os gusta el terror oriental, el terror psicológico, el anime o la fantasía oscura os lo recomiendo muy mucho.

ERIC LUNA. ESCRITOR

FLORES ELÉCTRICAS PARA KISURI EN EL DIARIO EL NOROESTE, POR EL PROFESOR BASILIO PUJANTE

 RESEÑA DE BASILIO PUJANTE

Flores eléctricas para Kisuri - Pedro Pujante


 Flores eléctricas para Kisuri, Pedro Pujante, Bunker Books, 2021, 187 págs., 16€. 

 

Uno de los estados mentales más desconocidos que puede sufrir el ser humano, al menos para los profanos en medicina, es el coma. Cuando alguien entra en esa situación tras un accidente o enfermedad se instala en una especie de limbo entre la vida y la muerte de muy difícil aceptación para su familia, que se suele mover entre la esperanza de que despierte, el miedo a que no lo haga y las dudas sobre qué grado de conciencia puede llegar a tener el enfermo. Esta última pregunta que muchos nos hacemos cuando pensamos en una persona en esta terrible situación, qué es capaz de captar el enfermo de lo que hay a su alrededor mientras está en la cama de un hospital, está en la base de Flores eléctricas para Kisuri, la última novela de Pedro Pujante.  

Porque el coma es el estado que sufren los tres protagonistas de la novela: los adolescentes Kisuri e Hiruki, que comparten habitación, y el hombre del que poco se conoce, que recibe el nombre de Ryuto y que duerme en otro lugar del mismo hospital japonés. El escritor murciano, que posee una larga trayectoria en la narrativa de ciencia ficción, imagina que mientras estos tres personajes sufren el estado vegetativo viven una existencia paralela en un lugar de difícil definición que en el libro es bautizado como La Residencia. Es este una especie de universo paralelo, un ámbito onírico en el que las cosas nunca son como parecen y en el Hiruki y Kisuri llevan una experiencia de la que nunca son conscientes del todo, como si fueran unos sujetos pasivos del sueño de otro, del terrible Ryuto.  

El libro está construido como una especie de puzle que sólo al final será completado y que somete a la atención del lector a no pocas pruebas, ya que le hace dudar constantemente sobre el carácter real o no de las situaciones descritas. Se busca así que empaticemos con las constantes epifanías que sufre la pareja protagonista, especialmente Hiruki, que será a quien sigamos en los primeros capítulos hasta que conoce la realidad sobre La Residencia, sobre Kokoro/Kisari y sobre sí mismo. En esta compleja trama no faltarán las intercalaciones de sucesos del mundo real, desde los hechos que llevaron a los tres personajes principales al estado en el que se encuentran hasta la inquietante llegada de una nube tóxica al hospital donde se encuentran.  

Pujante muestra en Flores eléctricas para Kisuri una imaginación desbordante, en un libro repleto de plásticas descripciones del surrealista universo donde se desarrolla la mayor parte de la historia. Además, incluye no pocas referencias intertextuales en la trama, entre las que destacan las alusiones a la Divina Comedia de Dante, La Residencia también posee siete círculos, al género del ciberpunk, del que la novela toma parte de su estética, o a personalidades como Scarlett Johanson, nombre que recibe uno de los personajes, o Hikari Oe, un compositor musical autista que guarda similitudes con el hermano de Kisuri, que en la novela recibe el nombre de su padre, el escritor Kenzaburo Oe.  

Estamos, en definitiva, ante un libro que hará las delicias de los amantes de la narrativa de ciencia ficción.

Reseña publicada en El Noroeste:

ENTREVISTA EN LA OPINIÓN DE MURCIA: LA LITERATURA DEBE DIVERTIR O NO MERECE LA PENA

 LA ENTREVISTA COMPLETA AQUÍ



Dice que esta es una novela diferente a todo lo que ha hecho antes. ¿En qué sentido?

Mis tres novelas anteriores eran una trilogía de ‘anticiencia ficción’. Intentaba subvertir los tópicos de la ciencia ficción mediante el humor. Era una especie de mezcla de humor y ciencia ficción con un tono muy desenfadado. Este libro es totalmente distinto. Está escrito en tercera persona, por ejemplo. Utilizo diferentes perspectivas y un tono más sombrío. He usado la tercera persona precisamente por eso, para distanciarme de unos personajes que viven situaciones bastante truculentas. 

¿Exigía la trama alejarse del humor?

Exacto. La idea que yo tenía al principio era la de una historia con personajes que eran fantasmas o, como mínimo, estaban en el limbo, en un nivel de realidad diferente al nuestro. Poco a poco, la historia se fue conformando como una trama en la que los personajes convivían con monstruos, seres que podrían ser humanos, pero que representan las partes más oscuras de cada uno. Así que el tono más sombrío, incluso lírico, era necesario.

En la novela hay un ecosistema siniestro, absurdo y delirante. ¿Hasta qué punto es eso ciencia ficción?

No podemos escribir nada que no esté relacionado de alguna forma con nuestra realidad. Incluso la ciencia ficción anticipatoria o distópica. Aquí, la diferencia es que, más que un cariz político, hay un trasfondo filosófico o existencial. Se plantea la capacidad de las personas para adaptarse a diferentes entornos, cómo se puede ser un ángel y un demonio dependiendo de la situación en la que estemos. Puede surgir la violencia pero también el amor. En este jardín oscuro pueden florecer flores eléctricas.

ENTREVISTA EN RNE. HABLAMOS DE FLORES ELÉCTRICAS PARA KISURI, FÍSICA CUÁNTICA Y MUNDOS TENEBROSOS







 PINCHA AQUÍ PARA ESCUCHAR LA ENTREVISTA

LA NECESIDAD DE INVENTAR OTRO MUNDO CRUEL. ENTREVISTA EN LA VERDAD DE MURCIA






PINCHA AQUÍ PARA LEER LA ENTREVISTA COMPELTA

miércoles, 19 de enero de 2022

FLORES ELÉCTRICAS PARA KISURI (primeras página)

 




EL ENCARGO

En La Residencia hace ya bastante tiempo que los rostros, las calles y los nombres han comenzado a perder parte de sus significados. El Tiempo, de hecho, también ha comenzado a diluirse, a transformarse en una sustancia gelatinosa e indeterminada.

Hiruki pasea por las calles sin tiempo, mirando con desgana los edificios negros, las aceras sucias, los vagabundos con rostros de monstruos, y se sumerge en sí mismo. Camina despacio con las manos en los bolsillos diciéndose a sí mismo que algún día descubrirá quién es. Hiruki intuye que nada de lo que sus ojos ven se corresponde con la realidad. La Residencia, se pregunta, ¿qué es? En su cabeza se originan fogonazos eléctricos de imágenes irreconocibles, probablemente de episodios pasados de su vida, y no sabe si sigue preso en el recuerdo de aquellos momentos. No sabe si el tiempo ha continuado su curso sin él y ha sido abandonado en algún lugar del pasado. Hiruki habita La Residencia como quien baila sobre la frágil capa de hielo que recubre los sueños. Mira las construcciones metálicas y negras, los neones, la multitud silenciosa que se agita como un avispero y solo ve una máquina compleja e indescifrable. La muchedumbre le parece un único ser, una forma de vida antigua que se mueve por el mundo sin propósito, una sustancia animal prehistórica que ha devenido en multitud humana.

Hiruki no sospecha que está a punto de sufrir una extraña muerte.

Una muerte extraña.

Todo comenzó en él, según recuerda, con un vértigo creciente, como un agujero negro que se creaba en el centro de su estómago, llegaba al cerebro y se extendía hacia el exterior de su cuerpo arrasándolo todo. Con una espesa nube de olvido que lo ocultaba todo. Humo.

 Durante semanas fue víctima de sacudidas invisibles al acostarse, de sueños espantosos, de imágenes desconocidas que se filtraban en su subconsciente como si fuesen hordas de monstruos marinos invadiendo su hipocampo, ese órgano extraño con forma de gusano en el que se almacenan los recuerdos. Las manchas de humedad del techo le parecían reptiles acechantes, los remolinos negros del café al removerlo con la cucharilla le recordaban galaxias en extinción. La Residencia es el infierno, concluyó.

 Pero, ¿cuándo empezó todo esto?, se interroga a sí mismo. Desde que él es capaz de recordar, en La Residencia siempre ha recibido extraños encargos, trabajos remitidos por anónimos clientes que acomete sin rechistar. Percibe estos encargos como mensajes cifrados desde otro mundo. Funcionan como símbolos de un ritual cíclico que él desconoce, pero abraza la vaga certeza de un deber impuesto desde hace milenios y destinado solo a él. El lenguaje secreto de la eternidad traducido a actos cotidianos, o algo así. Hace ya un tiempo, no sabría precisar cuánto, le encargaron restaurar unas fotos de jóvenes muchachas desconocidas, unas fotos fantasmales en las que aparecía un grupo de niñas preadolescentes vestidas con trajes de muñeca, seres inertes que esbozaban muecas sonrientes y miraban con los ojos vaciados desde sus rostros sanguinolentos y desfigurados. La macabra experiencia le resultó traumática. No supo entonces que esas niñas, las horrorosas imágenes de esas niñas, iban a ser decisivas en su destino. Los encargos siempre entrañan un mensaje, aunque él no sea capaz de descifrarlo.

Él obedece sin rechistar. Realiza los encargos y sigue con su vida. La Residencia no ofrece demasiadas respuestas. Ni demasiadas alternativas.

Una mañana Hiruki es llamado bien temprano para un nuevo encargo: un sencillo trabajo de reparación en un domicilio no muy céntrico. Se trata de un jarrón chino de la dinastía Ming. El “trabajillo”, en apariencia banal, supondrá el segundo (tras el de las fotos de niñas-muñecas) de una serie de perturbadores, pero significativos, acontecimientos que harán que su vida se vea envuelta en una espiral nebulosa de locura. En el jarrón que va a reparar hay una inscripción en un idioma desconocido para él: “Tú no eres tú. Eres una sombra, el que vaga en los sueños de los otro”.

El jarrón estará muy deteriorado, pero aplicando técnicas reparadoras de Kintsugi, arte ancestral que él domina con fluidez, Hiruki transformará el cacharro en un bello corazón cicatrizado por las virutas de oro. Mezclará con diligencia la resina con el polvo de oro, lo removerá lentamente y, cuando la masa sea uniforme, la aplicará al jarrón. Visualiza las imágenes del acto reparador con antelación como si así lograse conjurar la ceremonia, convirtiendo un mero trabajo manual en un ritual que simboliza la restauración de la belleza en el mundo. Hiruki es de esas personas que saben arreglar cualquier cosa. Sus manos atesoran una inteligencia de orfebre, y son capaces de redefinir la fragmentación de la realidad y transformarla en una sustancia coherente. Cuando se halla inmerso en sus trabajos manuales siente que sus dedos son animales independientes, entidades ajenas, y que casi no requiere racionalizar la operación manual. Lo extraño es que no sabe de dónde le viene tal don ni cuándo lo aprendió ni si es poco o mucho el tiempo que lleva dedicándose a ejercer de “reparador”. Pero los encargos misteriosos nunca dejan de llegarle. Cuando finaliza uno, otro aparece, y al desempeñar su labor siente la feliz satisfacción de un agente secreto que descifrara trascendentales códigos sin llegar a entenderlos. Frigoríficos viejos que han perdido líquido se cifran en cuerpos robóticos resucitados. Muebles encolados que padecían monstruosas paraplejias, restauradas sus patas, pueden volver a andar por el mundo inanimado de los hogares. Tendidos de cables eléctricos que se han descolgado como tentáculos de medusa sobre alguna oscura calle de La Residencia se reactivan y reanudan su vida acuática, eléctrica, transmitiendo su hálito analógico de imágenes, sonidos y signos. Cerraduras atascadas con llaves oxidadas, falos inertes que al ser lubricados son devueltos a su frenética vida sexual de abrir obscenas cavidades.

El jarrón le espera. Debe acudir a una hora inusual, al anochecer, justo diez minutos antes de las 22. La metálica voz al otro lado del teléfono ha sido categórica al respecto. ¡Si no viene a esa hora, mejor que no aparezca! Parece una excentricidad, hay mucha gente rara en este mundo, piensa Hiruki. Y aunque el trabajo le resulta de lo más desconcertante comprende que su destino pende de este tipo de decisiones, por lo que a las 21:50 (la hora exacta de la convocatoria) estará en el apartamento en el que ha sido citado.

En una hoja de su cuaderno ha garabateado la dirección. Ha dibujado un apresurado plano y se imagina a sí mismo en él surcando las avenidas y barrios de la infernal noche de La Residencia. Calcula que hay una media hora en coche desde su casa. Sin contar un apagón o la carretera cortada por militares o vagabundos, o por el ataque de una patrulla de bestias mecánicas. Es en las afueras; el tráfico, como siempre, es denso. A las 21:15, ya ha metido las herramientas en una bolsa de deporte azul, se dirige a su garaje, arranca el motor de su Nissan Micra rojo y atraviesa La Residencia hasta el domicilio convenido. El coche es ovalado. Es una gota de sangre metálica que circula por las venas asfaltadas de un organismo urbano milenario. En su interior, como un virus hostil, Hiruki se aferra al volante y fija la vista en el haz amarillo de luz que hiende la oscuridad, una oscuridad sideral en la que los neones publicitarios resaltan como astros de fantasía, anunciando productos inverosímiles y revelando la cercanía de moteles deshabitados en los que desconocidos se someten a rituales eróticos de todo tipo. En el interior de la cabeza de Hiruki se construye un pensamiento delirante en el que los jarrones, todos los jarrones, pero en especial el que tiene que reparar, están fabricados con la piel de una bella adolescente. El sádico y extraño pensamiento –de origen aun más extraño– se desvanece al atravesar el puente Rainbow, porque en el vértigo que la altura de la estructura colgante le ocasiona, Hiruki es embargado por una aflicción inconsolable. Se siente desolado. La sensación de habitar un sueño le persigue. Le hostiga.

Hay una niebla espesa que anega el tramo del puente por el que circula. Está en un limbo, flotando en la nada, acosado por miedos amorfos. Solo, está solo. Conduce a ciegas a través de la oscura niebla. Como si hubiese cerrado los ojos o como si millones de fantasmas se interpusiesen en su camino. Le da igual, ¿qué sentido tiene nada? Es una emoción que se ha instalado en él. Eléctrica. No sabe cuándo empezó. Ni cuándo acabará. Acelera, huye. Al fin logra ver el final del puente. Prosigue su camino.

La Residencia está zombificada, piensa. Muestra, como un cadáver viviente, una actividad aparente, exterior y frenética, pero carece de vida real. Por su interior está muerta y recorrida por gusanos. Se estremece, la ciudad, con convulsiones automáticas de maquinarias industriales, luces de neón y engranajes siniestros, y profiere un macabro y artificial bramido de fondo. Cada ciudad tiene su peculiar grito, su voz. Pero el rugido de La Residencia es el de un ser monstruoso. Aparenta estar viva pero es un cadáver tumefacto, compuesto de asfalto, metal, perros fantasmas, alcantarillas hediondas, niños mutantes y vidrio. Si La Residencia es un cadáver, reflexiona, ¿deambularán por sus cloacas millones de ratas devorándola, tunelizando con su dentelladas una nueva necrópolis subterránea en la que acabaremos todos algún día?

Avanza en su coche y siente que una desmemoria oceánica se extiende a sus espaldas. Vastas planicies sin significado, textos inconexos de una historia moribunda que le impiden reflexionar con lucidez. La Residencia, la nada, el tiempo fabricando su propio tejido de misterios incesantes.

Aparca sin mucha dificultad, la calle está más bien desierta en esa zona, un jueves, a una hora anodina; se baja del automóvil y mira a su alrededor. Tiene la sensación de que existe un desierto superpuesto a la arquitectura de la ciudad. Como cuando dos fotografías se mezclan al ser reveladas y se produce un error de sobreimpresión. Son las 9:42, según su Casio negro de pulsera. Va bien de tiempo. Llama al telefonillo y le contesta una voz neutra. ¿Es usted el que viene a reparar el jarrón? Suba.

El ascensor metálico, una jaula oxidada que parece de otro siglo, asciende con cansancio y emite un chirrido lastimero. Cuando llega a su destino, se detiene bruscamente. Encuentra la puerta de la vivienda entreabierta, y se sorprende porque en el apartamento no hay nadie.  Duda entre entrar o darse la vuelta y volver a casa. Duda. Al final se decide. Entra y cierra la puerta tras de sí. Sobre la mesa hay un sobre y una grabadora con una nota en la que lee: “play”. Acciona el reproductor de la grabadora y una voz de ultratumba le da las indicaciones precisas, le explica que debe reparar el jarrón y tomar el dinero que contiene el sobre. La escena es lo suficientemente extraña como para hacerle sentir un personaje en una absurda obra de teatro. La voz parece impostada, una voz artificial que tan solo reproduce un guion mal ensayado.

Hay una generosa propina además, añade la voz artificial, sellando el trato y evitando así que Hiruki se eche atrás y se arrepienta. Como si se pudiese discutir con una máquina.

Está paralizado, todo ocurre a su alrededor. La ficción fluye, le recorre el cuerpo. La realidad disminuye su presión sobre las cosas y la sensación de alucinación es cada vez más insistente. El simulacro queda acentuado por la voz impostada, el frágil escenario con jarrón, la languidez de las alcobas, el silencio atroz, metálico, los muebles inmóviles como fieras agazapadas en las sombras, la perspectiva de permanecer a solas en una casa extraña, bañada por una luz lunar que convoca espectros lechosos en cada esquina.

Es un piso de dimensiones inapropiadas, que parecía pequeño desde afuera, pero una vez dentro, Hiruki descubre con inusitada sorpresa que es gigantesco. O más bien, inestable, movedizo. La disposición interior de la vivienda carece de lógica. Como si sus tabiques fuesen las paredes vivas de un estómago que se hubiese ensanchado, reblandecido, y tratase de digerirlo y transportarlo, por esos pasillos que reproducen la geometría de un intestino, a otra dimensión.


sábado, 18 de diciembre de 2021

De Kafka a VanderMeer. Vislumbres de una protociencia ficción involuntaria a través de los espacios y lo extraño

 En el número 31 de la revista Hélice se publica este texto sobre Kafka, un autor. Aunque me imagino cómo sería si escribiese ciencia ficción.



Hay ocasiones en las que el espacio descrito en un relato fantástico o de ciencia ficción se presenta de un modo tan paradójico que es difícil asimilarlo sin sucumbir al extrañamiento. Pretendemos, en este artículo, examinar algunos de esos «lugares extraños» y situaciones, en los que la lógica deja de tener vigencia. Espacios enclavados en lo conocemos como realidad pero que funcionan como agujeros negros que absorben cualquier atisbo de luz racional o de lógica. Y también examinar pasajes en la obra de Kafka desde una perspectiva diferente, como si correspondiesen a una poética de ciencia ficción.

CONTINUAR LEYENDO EN HÉLICE. REVISTA CIENTÍFICA SOBRE FICCIÓN ESPECULATIVA

domingo, 22 de agosto de 2021

LA AMENAZA DE LA ILUSIÓN


 Que la realidad sea tan solo un escenario más ya lo sabemos desde hace quince siglos. Desde el teatro griego hasta nuestros días los hombres han ido tomando conciencia de que alojan bajo su piel un actor en potencia, y que cada situación puede ser contemplada como una actuación. Tanto Shakespeare como Calderón, antecedentes de Second Life y de Matrix, concibieron el teatro como un espejo con el que reflejar el teatro de la vida. Entrar en el mundo del teatro es descorrer una fina membrana a otra realidad. Y cuando baja el telón y regresamos al tablado de esta otra función que es nuestra vida, la duda de que también seamos personajes nos asalta. Este espejismo se ha llevado ya a sus máximas consecuencias. En la literatura el auge de la autoficción y la novela autobiográfica ha supuesto un debilitamiento de las fronteras entre vida y ficción. Y en la televisión, la telerrealidad se ha convertido en una nueva forma de conectar a los telespectadores con la ficción de un modo más directo, sin filtros ni concesiones. El argumento ya no es un elemento aislado. Es una masa informe, una bola de nieve sucia que se va creando sobre la marcha, en directo, imitando así los propios principios que rigen la realidad. Al aniquilar la ficción estamos también eliminando el estatuto de lo real.Desde hace unos años con la proliferación de las redes sociales y las realidad virtuales nos hemos transformado en seres hiperconscientes de que al menos hay dos realidades que se mezclan y se complementan. Una, en la que compramos el pan, vamos al trabajo y discutimos por nimiedades domésticas. Otra, más perfecta y armoniosa, que se puede consultar en Instagram o Facebook. Nadie ignora a día de hoy que muchas de las fotografías y vídeos que se cuelgan en redes sociales están tratados con filtros o programas que los alteran. Aun así nos los creemos y de algún modo somos felices consumiendo y mostrando esta otra vida de felicidad digital. Basta con buscar un escenario o un fondo verde y disponer de un teléfono móvil. La magia está servida. Asumir que vivimos en Matrix no es tan malo. Porque toda mentira encierra su núcleo de felicidad. Pero el simulacro avanza (o más bien nosotros avanzamos a través del simulacro) y llegará el momento en que la realidad virtual, la autoficción y la telerrealidad sean indistinguibles de la realidad. En China ya han creado un pueblo falso exclusivamente para que sirva de decorado para tomarte una foto y subirla a Instagram. Xianpu es una suerte de Disneyland para instragramers, un pueblo inventado que recrea una China rural ya inexistente. Como si fuese un parque temático de la irrealidad, poblado por actores que interpretan el papel de pescadores o campesinos felices. No creo que sea casual que este fenómeno esté teniendo lugar en China, el país de la copia y de las reproducciones piratas. Xianpu es una copia del pasado, un pueblo fake, una fotocopia de la realidad que sirve para construir ese imaginario de publicaciones, historias fugaces y likes, de pompa y fantasía que son las redes sociales. El show de Truman se desborda y se filtra en el show de la realidad.La hiperrealidad ya está aquí. Xianpu se expande. Un día no muy lejano estaremos todos viviendo en un lugar como Xianpu. Con la certeza de que no sabremos si es real o no. Porque la realidad, ya lo estamos viendo, dejará por fin de existir y la amenaza de la ilusión será sustituida por la ilusión pura. 

domingo, 15 de agosto de 2021

RETORNO (DIGITAL) A LA HOGUERA PRIMIGENIA

 


PUBLICADO EN LA OPINIÓN DE MURCIA

Cuando se producía el cambio del mundo oral al mundo escrito, Platón pronosticaba (y erró) que la memoria sufriría un daño irreparable porque ya no confiaríamos en ella debido a que “fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde afuera”. Sin embargo, la escritura no haría sino afianzar el conocimiento, preservar la cultura, extender una vasta red de mentes a través de los libros y hacer que nuestros cerebros alcanzasen un nivel de complejidad mayor.

Pero no sería hasta la invención de Gutenberg cuando la revolución se consolidase. La escritura, en forma de libro, se expandiría y estaría al alcance de millones de personas. Hasta el momento actual, en el que vivimos en un mundo textual, saturado de caracteres, de logos con letras, anuncios formados por frases y eslóganes, carteles con mensajes que nos apelan y libros y artefactos que descodificamos por medio de la lectura y que configuran, por exceso, ese simulacro, esa hiperrrealidad de la que hablaba Baudrillard.

Pero si la imprenta supuso un cambio de paradigma que implicaba un exceso de lectura, ahora, con las nuevas tecnologías e Internet el verdadero cambio supone pasar de un mundo de millones de lectores a un mundo de millones de escritores. Como señala Vicente Luis Mora en su ensayo La escritura a la intemperie hasta los años noventa el libro era el instrumento de trabajo literario, un instrumento que solamente sirve para leer. Sin embargo, ahora, la herramienta de lectoescritura ha sido desplazada por el ordenador, una máquina que físicamente se distribuye entre pantalla (leer) y teclado (escribir), lo que invita a los “lectoespectadores” a formar parte activa del proceso de escritura y hacer que el mundo se haya convertido en un mundo de escritores. Escritores que, como ha explicado Luis Mora, han podido proliferar y escapar del yugo de los modelos tradicionales. Aunque vislumbrar un mundo en el que todos escriben y nadie lee no es algo nuevo. Ya Borges, en un diálogo con Susan Sontag en el año 1985, decía que: “Escritores, sí, quedan muchos, pero lectores casi ninguno”.

Independientemente de que escribamos o leamos más que hace cincuenta o cien años, lo que está claro es que ahora los modos de producción y recepción han cambiado. La lectura y la escritura (entendidas como actividades compartidas) no están sujetas a una pluma o a una máquina de escribir y a un libro, a un autor y a un editor convencional. Ahora cualquiera puede escribir un estado de Facebook que leerán miles de usuarios. Una novela o un poemario que se colgará en Amazon y alcanzará a cientos de miles de potenciales lectores. O un texto improvisado que verá la luz en un blog personal que se podrá consultar en cualquier parte del Globo. La literatura (o la escritura literaria) no es ese viaje unidireccional romántico de hace un siglo que se proyectaba desde el escritor al lector por medio de un libro editado. Igualmente, leer no solo consiste en sentarse en una butaca con una novela entre las manos. Las tablets, los smartphones y demás dispositivos electrónicos han multiplicado las posibilidades de lectoescritura. El lector, desde estos nuevos dispositivos es apelado y transformado en escritor, entendiendo escritor como creador de contenidos: redes sociales, blogs, aplicaciones como Whattpad, mensajería de texto…

Por otro lado, resulta interesante constatar que las nuevas tecnologías, paradójicamente, esté propiciando una suerte de retorno a lo oral. Un retorno que, si bien no es ni será completo, sí que parece establecer un solapamiento, o al menos, como indica Vicente Luis Mora en el ensayo citado: “lo oral recupera el terreno perdido”.

¿Se está produciendo un retorno total a lo oral? Es impensable en la actualidad. Pero sí que se percibe, al menos, una mirada y una recuperación parcial de espacios dedicados a la comunicación oral. La proliferación de podcast (algunos de carácter narrativo, otros de naturaleza divulgativa). El imparable auge de YouTube, los audiolibros y el consumo masivo de series que, además de las imágenes, no son sino audios que desplazan la lectura como actividad narrativa de consumo hegemónica. Sintomática es en este sentido la arriesgada apuesta de Apple Tv: Calls, una serie de tele(¿visión?) basada únicamente en llamadas telefónicas, en las que tan solo se muestran imágenes de gráficos y poco más, confiando plenamente en el poder de la voz y en la sugestión que promueven algunas claves visuales.

Resulta extraño creer que algún día regresemos a juntarnos en torno a una hoguera a escuchar historias. Sin embargo, no debemos olvidar que seguimos siendo seres parlantes y que aunque sea por medio de dispositivos tecnológicos o redes sociales seguiremos hablando, narrando y trasmitiendo nuestras historias y fragmentos de ficción.

domingo, 27 de junio de 2021

EL ARTE DEL SILENCIO

 





Una reflexión sobre cómo el arte ha devenido en vacío.  PUBLICADO EN LA OPINIÓN DE MURCIA

Hace poco sorprendía la noticia sobre la venta de una obra de arte inmaterial. Una obra inexistente. El artista italiano Salvatore Garau declaraba que lo que realmente vendía era un vacío «que estaba lleno de energía». En un mundo cada vez más materialista, aunque parezca paradójico, no deja de ser sintomático que ciertos compradores necesiten gastar su dinero de un modo compulsivo, aunque sea en ‘nada’.

Nuestra relación con el arte, a lo largo de la historia, ha tomado distintos caminos. Uno de ellos ha sido hacia el vacío, la abstracción, el silencio. Desde el siglo XX se ponen de manifiesto estas tendencias con el arte abstracto, el suprematismo de Malévich o el mutismo exacerbado en las obras de Samuel Beckett, obras cuyas palabras invocan silencios. Ya Flaubert abrigaba el sueño de escribir «un libro sobre nada».

En el recientemente reeditado ensayo La so(m)bra de lo real, de Miguel Ángel Hernández ocupa uno sus más interesantes capítulos a la desmaterialización, a la miniaturización del arte emprendida por Marcel Duchamp con ready-mades como Un ruido secreto. Una obra que precisamente consistía en el ruido que un objeto (no sabemos cuál) producía. El artista británico Martin Creed llevó a cabo una instalación, conocida como Nothing, que precisamente se trataba de una habitación vacía. Nothing también es el título de la película más rara de Vincenzo Natali. Una historia en la que dos amigos descubren un buen día que alrededor de su casa no hay absolutamente nada. Solo vacío blanco. Nada.

En su ensayo, Hernández constata varios ejemplos de este arte del vacío o de la ocultación, que, como si del traje nuevo del emperador se tratase, tratan de provocar en el público una reacción intelectual (quizá moral) más que una impresión puramente estética. El arte se convierte en vaciamiento, en un regreso a lo real a través del efecto contrario a ver: no-ver. Si por algo se caracterizan las vanguardias es por romper con lo clásico. Y si la pintura figurativa fue reemplazada por la abstracción o el suprematismo, en las demás artes también se observa una tendencia al vaciamiento de la forma, a la sublimación de la idea mediante la ocultación. Y es en el vacío, en la nada, donde más espacio hay, paradójicamente, para que la idea o el concepto tomen forma. Recordemos que aproximadamente el 80% del Universo está formado por materia oscura, es decir, por ‘masa no visible’. Es decir, la realidad es más una nada invisible que algo visible.

Miguel Ángel Hernández recuerda el relato de Papini La nueva escultura, en el que se narra sobre una obra construida básicamente de humo. Una escultura efímera. Papini nos obliga a reflexionar sobre la fugacidad del tiempo y sobre la trivialidad del valor del arte, cuando al final del relato sentencia un personaje: «Que una estatua dure diez siglos o diez segundos, ¿qué diferencia supone con relación a lo eterno?»

Este cuento forma parte de Gog. Y es también en este libro donde podemos leer otra pequeña narración titulada Músicos que anticipa en más de veinte años la icónica pieza 4’ 33’’, de John Cage. Gog, el narrador, conoce a un músico que asegura haber inventado ‘la música del silencio’, porque «toda la música tiende al silencio». Gog describe el momento en el que llega a una sala de música. Allí se encuentran veinte músicos con sus instrumentos en las manos. Todos inmóviles. Cuando el director de orquesta da la señal para que comiencen nadie se mueve, «no se oyó sonido alguno»



LEER EL ARTÍCULO ORGINAL AQUÍ

viernes, 4 de junio de 2021

HOLOBIONTE, UNA EDITORIAL EXTRATERRESTRE

 Una de las editoriales más originales y con un proyecto más radical es, ahora mismo, Holobionte Ediciones. Puedes consultar su catálogo AQUÍ

Es una felicidad encontrar este tipo de editoriales alienígenas, que se atreven a publicar raros textos que quizá interesen a muy pocos, pero que por su propia naturaleza los hacen atractivos para los que nos interesamos por lo marginal y lo excéntrico. Holobionte Ediciones es un proyecto honesto y valiente, que apuesta por examinar las relaciones entre nuestra cultura y el arte, los terrores y los monstruos, el ciberfeminismo, la nueva carne o el terror cósmico de Lovecraft.

Nació en 2017 y ellos mismos se califican como una " una editorial independiente de pensamiento contemporáneo, posthumanidades y vanguardia(s)."

Su catálogo se nutre de ensayos, de libros extraños que difícilmente encontrará el lector en otro sitio. Quizá tan solo alguna editorial como Materia Oscura, San Soleils, Atalanta o Aurora Dorada también ofrecen en sus colecciones libros inclasificables que bordean los géneros y que abordan temáticas poco convencionales.

Algunos de los últimos libros editados por Holobionte son:



Meta-Futuros de Armen Avannesian. nos propone  "una lectura atípica y llena de claves para entender el tiempo que viene. Con el estilo certero de los aforismos, Meta-Futuros radiografía las ideas que han marcado los últimos años desde el campo de la filosofía especulativa; y, sobre todo, desde los campos sociales y políticos que preocupan en nuestros días: el Antropoceno, las crisis económicas y climáticas, la sexta extinción masiva, las nuevas tecnologías, los fenómenos globales y los nuevos sujetos políticos… constituyen un sustrato de interrogantes y retos inéditos que ya no nos permiten seguir pensando como hasta ahora".



"La guerra de deseo y tecnología (y otras historias de sexo, muerte y máquinas) es una compilación de ensayos, artículos, conferencias y relatos de ficción de Sandy Stone (a.k.a. Allucquère Rosanne Stone), urdida en colaboración con la autora para esta ocasión histórica, su primera edición en castellano. Aunque muchos de sus trabajos teóricos provienen de la década de los noventa, las ideas de Stone siguen siendo de una vigencia radical en nuestros días, en su pionero intento por repensar las estructuras binarias sobre el cuerpo, el género, lo «tecnológico» y lo «natural»"

La prosa de Stone es cercana y sus ensayos parecen textos autobiográficos, que se leen con placer y nos acercan a temas intensos pero con la frescura de una voz en primera persona.


En un mundo dominado por imágenes, en la era de Instagram y las pantallas omnipresentes, los estudios visuales nos resultan cada vez más vitales. Desde su primera aparición en 2006, La so(m)bra de lo real se reveló una obra profética que anticipaba nuestro «ocularcentrismo expandido» a la vez que la necesidad de articular un discurso de resistencia desde la so(m)bra. En este ensayo, el autor de El dolor de los demás describe un recorrido por las estrategias más extremas y transgresoras del arte, los «vomitorios» del espectáculo, el lugar por donde se entraba y salía del anfiteatro, para confrontarnos con lo Real. Partiendo del análisis del arte de Lacan, Miguel Ángel Hernández propondrá la «bulimia» y la «anorexia» de la mirada (el exceso y la falta) como estrategias para una dieta perversa del ojo. 

El escritor y ensayista Miguel Ángel Hernández analiza el devenir del arte contemporáneo desde Lacan y con una prosa elegante nos acerca a su peculiar visión estética del arte.

miércoles, 12 de mayo de 2021

LANZAMIENTO DE LA NOVELA "FLORES ELÉCTRICAS PARA KISURI"

 



Ya se puede realizar un encargo de precompra AQUÍ de la novela  FLORES ELÉCTRICAS PARA KISURI.

Estamos haciendo un lanzamiento  de la novela. Si se llega a los 50 pedido en preventa saldrá publicada en el sello editorial Malas Artes del grupo BunkerBooks. Anímate y hazte con un ejemplar.

---------------------------------------------

Flores eléctricas para Kisuri es una novela protagonizada por Hiruki, un joven sin identidad que se encuentra, sin saber cómo, atrapado en una ciudad alucinada llamada La Residencia. Una urbe violenta y oscura, poblada de niños mutantes, seres espectrales, presencias extrañas y perros eléctricos que recorren sus calles a la caza de víctimas. Es también un peligroso viaje onírico por las calles de un ultramundo sofisticado y perverso, una fantasía de supervivencia y terror, una aventura con la estética de un anime protagonizado por fantasmas provenientes de otra dimensión.

¿Es Kisuri un fantasma o una persona real que se aparece en un mundo de fantasmas?



«Flores eléctricas para Kisuri es una historia de fantasía, oscura ciencia ficción y terror urbano que te transportará a un mundo siniestro, absurdo y delirante. Si te gusta vivir experiencias distintas, sin duda con esta novela accederás a una de las más extravagantes historias que puedas imaginar. Un viaje por un universo anómalo, ubicado en algún lugar entre los límites de la realidad y los sueños. Una historia poseída por un humor grotesco, y repleta de sorprendentes revelaciones que nos adentrarán en una realidad cada vez más y más aterradora.



Junto a su protagonista, Hiruki, vivirás una serie de acontecimientos asombrosos, de carácter alucinógeno y de naturaleza sobrenatural. Pero esta novela, de ritmo trepidante y en ocasiones fantasmagórica, también nos invita a reflexionar sobre la fragilidad de la identidad y sobre el enorme poder de los sueños para construir una nueva realidad. Bienvenido a La Residencia, la misteriosa ciudad-pesadilla en la que transcurre esta historia de horror y de fantasía onírica».




Puedes leer la noticia completa AQUÍ


En el diario local Infolínea dedican una página completa al lanzamiento de FLORES ELÉCTRICAS PARA KISURI

martes, 23 de marzo de 2021

EL BIZARRO SEGÚN CARLTON MELLICK III






Ya sobrepasa el medio centenar de títulos la obra narrativa del escritor norteamericano, Carlton Mellick III (Arizona, 1977), uno de los popes del bizarro, género que parece, desde sus comienzos, haber nacido con la etiqueta de culto. Quizá porque, como ocurren con las películas de serie B y otros subproductos culturales, su falta de pretensiones y su manifiesto desdén por constituirse una expresión cultural de élites le convierte en un artículo genuino, original y desacomplejado. En síntesis, el bizarro es una literatura de naturaleza marginal, que se sustenta en estéticas del género de terror, la ciencia ficción soft, un surrealismo delirante, la fantasía, el humor negro y lo grotesco. Como se puede leer en Wikipedia el bizarro “es un género literario contemporáneo, que emplea a menudo elementos del absurdo, la sátira, y lo grotesco, junto con características del surrealismo-pop y la literatura de género, para crear obras subversivas, extrañas y divertidas”. Así, estas obras están deliberadamente saturadas de ingredientes, personajes inverosímiles, y buscan reventar el cerebro de quienes las leen con tramas y situaciones trepidantes, escabrosas o hiperrealistas. Aunque en el ámbito literario se presenta como un género más o menos novedoso que bebe del cine de serie B, David Lynch, Shinya Tsukamoto, los dibujos animados, la ciencia ficción, el wéstern, el terror y lo fantástico, se puede rastrear en algunos autores clásicos la semilla precursora de esta poética bizarra. En los cuentos de terror (y sobre todo en los de humor) de Poe, en las excesivas fantasías cósmicas de Lovecraft, en los ilógicos laberintos de Kafka, en los absurdos y en ocasiones crueles escenarios de Beckett, incluso en Dostoievski (pienso en su relato “El cocodrilo”) o en el grotesco relato “La nariz” de Gógol.

PUBLICADON EN REVISTA PENÚLTIMA


 LEER COMPLETO AQUÍ